Comedia política / Pobre líder rico

AutorDan T.

¿Te has preguntado para qué sirven en México los sindicatos? Quiero creer que hay excepciones, pero la gran mayoría sirve para una sola cosa: hacer millonarios a sus dirigentes. Bien me lo decía mi madre: "No estudies una carrera, métete de dirigente sindical"; pero no, en lugar de hacerle caso ahí va el baboso a estudiar periodismo. Y si no me crees, veamos algunos de los más importantes sindicatos de México:

En primerísimo lugar está el sindicato de maestros, que desde 1988 hasta 2012 fue dirigido, como si fuera de su propiedad, por Elba Esther Gordillo. En esos 24 años, la maestra se hizo de una fortuna que ya la quisiera Carlos Slim para un fin de semana en Acapulco. No le bastaron las mansiones en San Diego, las compras en Houston, las vacaciones en Europa, las obras de arte y los penthouse en Polanco, ¡hasta un partido político se compró la señora! Dicen que el dinero, como el alcohol, en exceso apendeja y Elba Esther se sintió más poderosa que Dios, por lo que terminó en la cárcel como una venganza política de Enrique Peña y del PRI. Y ahora que el manto bendito de AMLO le ha limpiado todos sus pecados, ya está moviéndose para recuperar el control del SNTE y, por supuesto, de todo el dinero que maneja el sindicato. Y se entiende: esas cirugías plásticas no se pagan solas, las pagan los maestros con sus cuotas.

Luego está el sindicato de petroleros, que encabeza Carlos Romero Deschamps, que si no fuera sindicalista seguramente sería protagonista de un programa sobre mafiosos italianos en Blim (no le alcanza para llegar a Netflix). Este sujeto es un auténtico hampón, o tal vez habría que decir tampón, pues es un auténtico chupasangre ya que no se conforma con las cuotas de los sindicalizados. No, señor, Romero Deschamps es también un próspero empresario gracias a que obtiene jugosos contratos... ¡de Pemex! Resulta que los trabajadores petroleros tienen varias empresas que le venden servicios o productos a Pemex, lo cual les deja más dinero que un pozo petrolero. Y lo peor no es...

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