La comedia política / No corro, no empujo, ¡quítate!

Desde que me inscribí al gimnasio, he bajado mucho de peso. Y no es porque haga mucho ejercicio. Lo que pasa es que es tan caro, que ya no me alcanza para comer.

No entiendo esa manía que tenemos de comprar cosas que no nos sirven o no queremos. Por ejemplo, ya no sé qué diablos hacer con la alerta sísmica que tengo en mi teléfono. Bajé la aplicación porque, según yo, era muy importante estar enterado en el momento justo cuando viniera un temblor, pues así, como dicen los manuales, podría tomar las medidas necesarias para ponerme a salvo a mí y, por supuesto, a mi familia.

La realidad es que las últimas cuatro veces que me ha sonado la alerta -tuat, tuat, tuat, tuat, tuat, tuat-, ni he sentido el temblor... ¡ah, pero qué pinche susto me he llevado!

El temblor de ayer, el primero, como debe ser, me agarró en la cama. No hay nada más dulce y hermoso que despertar con el escándalo de la alerta sísmica -tuat, tuat, tuat, tuat, tuat, tuat- que suena como si Corea del Norte nos estuviera atacando con misiles nucleares. A eso hay que sumarle la vocecita que se escucha a todo volumen: "¡Alerta sísmica!, ¡Alerta sísmica! Se aproxima un temblor. No se espante. No corra. No grite. Pero, en chinga métase tocino en los bolsillos para que lo encuentren los perros de rescate bajo los escombros".

Suena la alerta y piensas: "¿Y ahora qué hago?". Porque estoy en un sexto piso, en calzones y sin anteojos. Tengo 30 segundos para tratar de bajar corriendo las escaleras sin tropezarme con las vecinas y sus perros, con las niñas que van a la escuela y la viejita del 501 que camina con andadera. Todo eso cuidando que no se me vea nada para no causar tentaciones ni pensamientos impuros, y que tampoco se me cuele un aire que me pueda provocar un torzón.

No, pos mejor no me salgo de mi casa. Pero sí me tengo que mover de la cama, porque si me quedo aquí, lo más probable es que me caiga la tele encima. Y si no me mata, al menos me rompe un pie. ¿O me...

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