Combate a demonios sacerdote en Veracruz

AutorLev García

MURAL/Corresponsal

PUENTE JULA, Ver.- Luzbel y Siete Cabezas fueron los nombres con que el demonio se manifestó ante la mirada atónita de familiares de personas poseídas, que no paraban de rezar a voz en cuello, ahogándose sus plegarias entre el mar de gritos, alaridos e injurias que los posesos lanzaron contra el padre Simón Casto Arcos cuando trataba de exorcizarlos.

Primero el sacerdote pide a la criatura que le diga quién es y por qué ha tomado un cuerpo creyente. "¿Quién eres, dime tu nombre?", inquiere enérgico el presbítero con su mano derecha sobre la cabeza o el pecho de los posesos.

Después le exige abandonar el cuerpo, recibiendo en respuesta empujones, agresiones verbales y escupitajos de los "enfermos", quienes permanecen atados con vendas a las bancas de la iglesia de Puente Jula.

Sin más armas que su sotana, la estola de color púrpura, un libro de rezos y el don que posee, según afirmaciones de sus ayudantes, el sacerdote libra estas batallas cada viernes en este templo católico enclavado en el municipio de Paso de Ovejas, a unos 25 kilómetros del puerto de Veracruz.

Las gotas de agua bendita hacen que se retuerzan los poseídos. Algunos gritan, otros aúllan y dicen palabras ininteligibles, otros más quedan con los ojos en blanco y no paran de reír burlonamente cuando el padre realiza la Liberación, como marca el ritual romano.

La paz de la iglesia se hunde bajo el estruendo que provoca la mezcla de gritos de los invadidos por entes diabólicos y los rezos de sus familiares que no paran de rogar a Dios y a la Virgen María, voces que se suman a la plegaria del sacerdote pronunciada en español.

Todo se vuelve ruido, y los servidores laicos del padre Casto sujetan a quienes tienen al demonio dentro, pues aunque permanecen atados logran levantar las bancas de madera.

Los familiares observan el caos apretando los rosarios casi al punto de destrozar las cuentas, y no paran los rezos. Se alcanza a escuchar parte del padre nuestro, del Ave María, y en el fondo, el rito que sigue casi ecuánime el párroco con cada uno de sus "pacientes".

Cada viernes, desde hace 22 años, atiende en promedio a cerca de 10 personas que muestran síntomas de posesión.

Los más violentos vomitan y sacan espuma de la boca desde el instante mismo en que el padre levanta la ostia y el cáliz desde el púlpito. Gritan, se mofan.

Una de ellas es Gloria, de 24 años, estudiante de psicología.

Su primo Rodrigo Valencia la llevó con el padre después de haber intentado...

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