Color tras la muralla

AutorIvett Rangel

Enviada

SAN JUAN.- Puerto Rico viste de verde, pero su capital reluce por sus colores. El Viejo San Juan, las siete manzanas más antiguas de la isla, destaca por sus inmuebles con fachadas neoclásicas perfectamente conservadas, todas pintadas en vivas tonalidades.

Los colores azul, naranja, rosa, amarillo y morado hacen que el corazón amurallado de la isla parezca más joven de lo que en realidad es, y es que ya presume más de cinco siglos a cuestas.

Declarado Zona Histórica Nacional en 1949, este museo al aire libre resguarda joyas de distintos visos, como el Edificio La Princesa, la Catedral Metropolitana de San Juan Bautista y El Convento.

Su posición geográfica entre Europa y América la hizo codiciada por británicos y holandeses, por lo que los españoles tuvieron que protegerla durante 400 años con diversas fortificaciones, como La Fortaleza, el Fuerte de San Gerónimo y los castillos de San Cristóbal y San Felipe del Morro, que hoy dan personalidad al Viejo San Juan con sus murallas con garitas como línea de presentación.

Pero esta ciudad, una de las más antiguas de América (fundada en 1508 por Juan Ponce de León) ya no tiene de quién defenderse; por el contrario, hoy invita a merodear por sus calles adoquinadas para descubrir su historia y gozar con su energía.

Entre un edificio que sirvió como cárcel y ahora como sala de exposiciones y oficina de gobierno (La Princesa), una Catedral en la que se conservan los restos del fundador, un convento carmelita que evolucionó en un hotel boutique donde dormir cuesta 255 dólares la noche (El Convento) y demás inmuebles que datan de los siglos 16 al 18, hay decenas de casas privadas con patios interiores, restaurantes como "Raíces", que tienta con sus aromas de carne asada y plátanos fritos, o "Barrachina", donde se asegura que se inventó la piña colada hace 45 años, y tiendas como "Bang-On", en la que puedes crear camisetas con tus propios diseños, o, si lo prefieres, ir a las boutiques de Chanel, Guess o Burberry.

Además de estos atractivos, hay festivales culinarios, exhibiciones de bailes folclóricos o ferias de libros.

También están los momentos que se viven en el andar diario y que después se vuelven dignos de ser contados a los amigos, como el de aquel caballero que manejaba su automóvil con un perico sobre el hombro. El nombre de su ave era Obama, dijo el conductor sin siquiera mirar a su interlocutor; segundos después aceleró sin dar oportunidad a otra pregunta. Ese día, el candidato a la...

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