Colección única

AutorJuan Carlos Sagredo

El anuncio se extendía por el caserío.

"¡No se pierda esta noche la gran función de cine!, ¡por cada refresco que usted compre obtenga una entrada para el espectáculo!", voceaba el camión de bebidas mientras transitaba por las pedregosas calles de Tenamaxtlán, Jalisco.

A punto de culminar la década de los 50, cuando el cine nacional vivía su mejor época, sobraban, a lo largo y ancho del País, almas ávidas de presenciar una proyección cinematográfica, asegura don Luis Uriel Jiménez (1953), dueño de una amplia colección de carteles de cine mexicano.

Apenas caía la noche y la plazoleta de Tenamaxtlán hervía de lugareños prestos a disfrutar del Séptimo Arte, recuerda, terminado el filme se organizaba una rifa de enseres domésticos, la entrega de vasos, jarras, charolas y destapadores coronaban la noche.

"Yo entonces estaba chico, uno se llevaba su banco, su piedra, lo que fuera, les entregaba la corcholata del refresco que compró y lo dejaban sentarse ahí en la plaza. Proyectaban la película sobre una pared blanca", recuerda.

La respuesta de los lugareños incitó al abuelo de Jiménez a asociarse con una distribuidora de publicidad cinematográfica; los afiches, que por lo general se rentaban y se devolvían a la empresa, comenzaron a acumularse en el local del empresario hasta alcanzar 100 mil ejemplares.

"Me acuerdo que me pasaba horas viendo los fotomontajes, cartones de 32 por 42 centímetros a los que les pegaban una litografía hecha previamente a mano y luego una foto original de la película", explica.

Luego de culminar las carreras de Contaduría Pública y Derecho, Jiménez viajó por el País en busca...

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