Colaborador Invitado / Eufrosina Cruz Mendoza: ¡Así no...!

AutorColaborador Invitado

Para Orlando, guerrero con dos

ángeles que lo cuidan desde el cielo.

Me resulta casi imposible despegar los labios después de tres días de haber tenido que apretarlos para ahogar en ellos uno de los dolores más grandes de mi vida, si acaso sólo comparable con la pérdida de mi padre. Mi garganta está desgarrada, se siente como si hubiera tragado un puño de arena o hubiera masticado hojas secas de otoño. Y mis ojos son ya una cortina de agua que no para de llover. Mi cuerpo quiere rendirse, pero mi mente, mi alma y mi corazón me dicen que no, que me mantenga en pie, que abra la garganta, que alce el puño y que grite... Que grite porque hoy he perdido a mi hermanita de la manera más cruel, terrible, enferma, aberrante, injusta, inhumana, despreciable, incomprensible y dolorosa. ¡Así no...!

El sábado 20 de marzo asesinaron a una de las mujeres más sensibles, inteligentes y trabajadoras que he conocido. Para el mundo era Ivonne Gallegos Carreño, mujer, madre, profesionista, servidora pública y legisladora. Pero para mí era más que eso: era una hermana, mi mejor amiga, mi aliada, mi confidente. Ivonne era parte de mi familia y mi mayor ejemplo de valor, entereza e integridad como luchadora social en favor de las mujeres de su pueblo.

Hoy, el odio criminal y el miedo hecho balas te arrebataron la vida pero encendieron una antorcha para alumbrar el camino de quienes estamos decididas a continuar con tu lucha. Viene a mi mente esa imagen terrible de tu cuerpo frágil cubierto de heridas ocasionadas por decenas de misiles que desgarraron tu carne pero no tu corazón. Tres días después de esa enorme tragedia cierro los ojos y aún te miro, te miro en los ojos tristes y en el llanto angustioso de tu pequeño hijo, el amor de tu vida. Te miro también en las manos rugosas de cientos de mujeres artesanas que caminaron contigo y que trabajaron de tu mano por labrarse un mejor destino. Te miro en la esperanza de tu pueblo, de tu amado y maravilloso Ocotlán de Morelos; en su cielo triste, en sus árboles incansables, en su brisa que huele a tierra y a maíz, en sus calles desnudas y abandonadas, en su gran mercado que muchas veces recorrimos, en su plaza vacía y atormentada con tantas tristezas de los hombres y mujeres que viven en el desamparo; en su palacio municipal cuyas puertas enormes no pudieron contener tu fuerza, tu fe, tu convicción de trabajar por hacer de tu municipio un lugar de grandeza y esplendor.

Ese fue tu único pecado: soñar...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR