Colaborador Invitado / Garzón: el estigma de Prometeo

AutorColaborador Invitado

Gerardo Laveaga

Director del Instituto Nacional de Ciencias Penales

GLaveaga

Subvertir a los jóvenes en la Grecia clásica, poner en tela de juicio "la palabra de Dios" durante el Renacimiento o ir a la cama con personas del mismo sexo en la era victoriana eran conductas delictivas. Por ello, las sentencias que, en su tiempo, recayeron sobre Sócrates, Galileo y Wilde, estuvieron apegadas a Derecho.

Algo semejante podría aducirse del castigo que recibió el juez Baltasar Garzón hace unos días: el Código Penal español sanciona hasta con 20 años de inhabilitación al juez que, "a sabiendas", dicte una "resolución injusta". El adjetivo -no hay que decirlo- se aplica a discreción de quien decide y, si la sanción se aplicara en todos los casos, buena parte de los jueces de ese país y del mundo quedarían inhabilitados. Hay que admitir, pese a todo, que Garzón no se condujo con el rigor que se esperaba de un juez.

Egocéntrico, arrogante y protagónico, decidió que por haber colocado contra la pared a una punta de pillos y ser festinado por algunos medios como "adalid de la justicia", podía hacer lo que le viniera en gana. Asumió el papel de vengador y actuó en consecuencia. "Se volvió loco por completo", llegaron a decir de él algunos de sus allegados.

Para demostrar que ni códigos ni instituciones iban a estorbar su cometido, arremetió contra algunos muertos -Francisco Franco, Emilio Mola, José Sanjurjo...- a quienes, ignorando los principios del Derecho, les abrió causa penal. También a contrapelo de las prácticas jurídicas ordenó que se interceptaran y grabaran conversaciones entre un grupo de litigantes y sus clientes, sin que mediara otro motivo que sus propias sospechas. Esto le mereció los 11 años de inhabilitación.

¿Se equivocó Garzón? Si lo evaluamos desde una perspectiva meramente jurídica, sí; de cabo a rabo. Adoptó el papel de activista y olvidó que era juez. Y si algo saben los jueces -al menos los de la tradición romano-canónica- es que su proceder está sujeto a reglas, tiempos y protocolos, los cuales él desdeñó. Es entendible, pues, que sus colegas, a quienes su temeridad ya había hecho parecer como mediocres y timoratos, estuvieran ávidos de ajustar cuentas con él. Garzón había dejado un saldo significativo de resentimientos que, de repente, se pudieron cobrar... Y se cobraron con una sentencia impecable.

Para la mala suerte de sus verdugos, Garzón tuvo un tino inmejorable al elegir sus batallas: denunció corrupción...

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