Claudia Ruiz Arriola / El prodigioso agón

AutorClaudia Ruiz Arriola

Por fin es junio y, con las primeras lluvias de la temporada, también llegó el alivio del Campeonato Mundial de Futbol. La verdad es que después de las pobres, laaarguísimas y sucias campañas políticas, no sorprende que al menos el 50 por ciento de los mexicanos confiese que le pondrá más atención a lo que ocurre en los estadios germanos que a los destinos de la política nacional. Pobreza de miras o inmadurez cívica, dirán desde sus púlpitos sagrados algunos académicos y analistas que detestan todo lo que les quite de encima el reflector. Podría ser, pero yo no estaría tan segura de condenar la lúdica pasión azteca de poner un "bobo" juego de balompié por encima del cívico deber de reflexionar nuestro voto.

Es más, me atrevo a decir que quienes nos inclinamos por darle prioridad a los despliegues de talento futbolístico acabaremos entendiendo mejor la democracia que el 34 por ciento que ha optado por seguir hasta su triste final las campañas políticas mexicanas. Y es que no es ningún secreto que mientras la política actual es pura demagogia, los deportes preceden a la democracia y son la expresión de los más altos valores de la cultura cívica occidental (¿whaaat?, dirá más de alguna esposa desesperada, ¿ora resulta que ver a veinte fulanos persiguiendo un balón es cultura cívica?).

A ver si me explico: según cuentan Homero y Hesíodo, hace ya un montón de siglos, el padre Zeus estaba hasta la progenitora de la cantidad de escándalos que a diario protagonizaban sus colegas olímpicos (nomás para que se orienten, los dioses de aquella época eran peorcitos que políticos mexicanos en campaña). Día con día, los y las diosas interferían en los asuntos humanos "echándole una manita" a sus favoritos y poniéndoles zancadillas a los candidatos de sus rivales para que perdieran el cotejo bélico, deportivo o político de turno. A tal grado llegaba la interferencia divina que bajo los auspicios de este o aquel diosecillo sindicalizado, los griegos se lanzaban a cada rato a las calles, machetes en mano, con la firme idea de aniquilar a sus rivales.

Enfermo de tanta grilla, Zeus tuvo la idea de crear el prodigioso agón: un campo de juego donde cada uno de los participantes pudiera mostrar su valía sin ayuda o interferencia divina. Para ello, primero creó la Thémis -las inviolables reglas del juego- y las hizo custodiar por las terribles Erineas o Furias vengadoras (que eran algo así como Marco Rodríguez en un mal día; marcaban todititito). Gracias a la...

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