En el clóset / Mil años y trece tías

AutorGuadalupe Loaeza

"Trece tías presiden los recuerdos de mi infancia. Trece tías vestidas de negro que caminaban lentamente a lo largo de extensas habitaciones llenas de muebles austriacos. Siempre tenían el aire de estar posando para invisibles fotógrafos. Me tenían atemorizado con sus historias de aparecidos, de guerras (¿cuáles guerras?) y leyendas extrañas. Me hablaban continuamente de la Independencia, del Imperio y la Reforma. Pasaban bordando sus días, juntas las trece, como arañas, en un enorme bastidor. Mientras, yo me entretenía pintando sirenas, caracoles, rosas y magnolias muertas. Creo que todos los provincianos tenemos trece tías más o menos enlutadas que viven fuera del tiempo, amparadas por relojes que dan unas horas rarísimas porque siempre están descompuestos".

Con estas palabras comienza el maravilloso libro Juan Soriano, niño de mil años, de Elena Poniatowska (Plaza & Janés, 1998), una extensa entrevista con el entrañable pintor de Jalisco. Ahí aparece Soriano de cuerpo entero, y habla de su familia, con su personalidad tan magnética e interesante, pero sobre todo el libro nos revela a un gran narrador. Cuánta nostalgia despierta este libro por las divertidísimas anécdotas de Juan y las historias de su madre, sus hermanas y sus miles y miles de tíos y primos. Por la Guadalajara de los años 30, por esa ciudad tan tranquila en la que vivían grandes artistas. Paradójicamente, era una ciudad llena de represión, "una olla hirviente de sexo", como le dijo a Elena.

Su familia pedía a Juan que eligiera una esposa, pero él, que ya tenía claras sus preferencias sexuales, se rebelaba. No obstante, se daba cuenta de las mismas inquietudes en muchos de sus amigos, sólo que en ellos ganaba la represión y el miedo al "qué dirán".

Por entonces, en la ciudad había un pintor y anticuario muy respetado, un joven de una sensibilidad refinadísima y de un talento fuera de serie: Chucho Reyes. Ahí llegó Juan, muy joven, ahí conoció a Giotto, a Vermeer y a Brueghel, pero sobre todo ahí se dio cuenta que todo su talento no era ni extravagancia ni desgracia, sino un don. Qué diferencia el trato que le daba Chucho, además de los consejos acerca del arte: "El mundo de las esperas todo lo transforma y lo poetiza".

Qué divertido habría sido estar con Juan durante sus expediciones al cerro del Tepozteco con Carlos Pellicer. Cuando el gran poeta tabasqueño invitaba a muchos jóvenes a su casa en Tepoztlán y los hacía sentirse como en la antigua Grecia, hablando de los...

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