Ciudad de la Nostalgia/ Santa Julia

AutorAlberto Barranco Chavarría

Desgarrada de espanto, aturdida de asombro, la voz suplicaba resuello a cada tumbo entre la espesa nopalera; ¡Aquí está... aquí... aquí...! Y mientras la boca del tembloroso fusil buscaba la sien del encontrado, las botas pestilentes del gendarme bailaban, epilépticas, la furia del lodazal.

El Tigre estaba perdido... por más que el cinturón de piel de cochino del que se columpiaba la funda de su amada Colt .44 estaba a medio metro de su mano, y las tres cananas repletas de cartuchos que lo volvían invencible, tres tantos más allá. La una colgando al asidero de una roja tuna. Las otras durmiendo sobre una gran piedra.

"Estoy dado", dijo. Así nada más. Y al vaivén del jadeo de los otros tres policías de la montada responsables del flanco más imprevisto, Jesús Negrete intentaba recobrar el color... y la forma, empezando por colocar en su lugar la prenda que antecede a los pantalones...

En la penosa, en la lastimosa, en la grotesca tarea, ya ni le importó el vaso de pulque que había dejado a medias, o la cabeza de borrego en barbacoa que rascaba con avidez, antes de acudir a la cita de las urgencias del cuerpo, al amparo, al resguardo del ejército de nopales.

Lo agarraron, diría después la tradición frente a trances similares en la ruleta de la casualidad, como al Tigre de Santa Julia.

Lo cierto es que el operativo policiaco fue tan cuidadosamente preparado, que los 14 gendarmes utilizados como refuerzos, incluidos los oficiales Ladislao Barajas y Manuel Mayén, no sabían la noche previa la razón de su acuartelamiento, ni la madrugada siguiente, es decir el sábado 28 de mayo de 1906, por qué cabalgaban hacia la calle de Nopalito en el barrio de Puerto Pinto en la lejana Tacubaya...

De hecho, el secreto se develó a la vista de los cuatro jacales de adobe con techo de tejamanil en que juraba el soplido, la delación del despecho, estaba el cubil de la fiera.

-Ustedes dos se meten a ése; ustedes al de junto... ustedes se esconden tras la cerca detrás de la nopalera, ordenaba el oficial de la secreta Francisco Chávez, después de advertir en sílabas la sentencia de la superioridad: "Tiren a matar".

-Estás muy endeudado, le diría el comandante de la operación-safari al hombre de impecable vestimenta negra copado en la jaula de su propia intimidad.

Y cuatro horas después la caravana de la victoria se abría paso a gritos entre la compacta multitud que se agolpaba frente a los tristemente célebres muros de la cárcel de Belem o Belén, frente al acueducto...

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