La Ciudad y el Crimen / El negocio

AutorRafael Ruiz Harrell

Con cólera y firmeza, convencidos de que el error es nuestro y ellos son las víctimas, Estados Unidos nos reclama con enojo que haya drogas de uso ilícito que cruzan nuestra frontera y dañan a la población estadounidense. La convicción llega al grado de que está dispuesto a prestar ayuda militar y económica para que logremos frenar la tragedia, pero hasta donde se sabe no mueve un dedo para evitar la producción, el transporte o el tráfico en gran escala en sus propias fronteras. El 60 por ciento o poco más de los presos en las cárceles de EU está ahí por consumo de drogas, pero la elaboración, la distribución la mera existencia de la droga es un problema del que somos culpables nosotros, México, Colombia, Panamá, Brasil, Guatemala y en general América Latina.

Hace treinta, veinticinco años, los países latinoamericanos eran lugares de paso. Las substancias psicotrópicas venían de Asia, de África, del Cercano Oriente, de Europa incluso. Aquí se producían cantidades elementales de drogas igualmente elementales: unos kilitos de marihuana, algunos costales de amapola y pare de contar. No había laboratorios para elaborarlas y el burro seguía siendo el medio de transporte. Pero dinero llama dinero y con el tiempo barrancas y zonas inaccesibles se volvieron zonas de cultivo. ¿Y cómo no iba a ser así cuando una tonelada de cocaína vale aquí ocho millones de dólares y tres veces más al pasarla al otro lado?

¿Y ALLÁ?

Aceptemos el problema, encandilados por la cercanía con el mercado más grande del mundo -EU consume el 70 por ciento de toda la droga-, nos volvimos productores, elaboradores, transportadores, narcos independientes y narco asociados con los gobiernos de nuestros países. Un ejemplo menor: trate de hacer algo contra la droga en Michoacán y no habrá autoridad gubernamental que lo deje. Si anda en eso, Sinaloa es un lugar privilegiado para suicidarse.

Nos guste o no, ésta es una realidad. Nuestra economía nacional no sería la misma si los inmigrantes no enviaran sus aportaciones y si los narcos no trajeran los cerros de billetes que dejan chicos a los del chino, pero saben ocultar mejor. México vive en buena medida de la generosidad de los mexicanos que trabajan en el extranjero y, también, de los mexicanos que trabajan para alimentar los vicios de los extranjeros.

Lo maravilloso es que nada de esto es al azar. No somos narcoproductores ni...

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