Ciudad de la Nostalgia/ Por esas calles de Dios...

AutorAlberto Barranco Chavarría

Oscura aún la madrugada, la Plaza Principal semejaba un hormiguero: allá, a la mitad del espacio entre el Parián y la Catedral, tres adormilados serenos vigilaban la instalación de la mesa del señor oidor, atril al centro, crucifijo al lado; acá, siete frailes mercedarios y seis franciscanos calculaban, diligentes, el espacio para la alfombra encarnada, mientras una docena de criados llegaba con los cojines. Y en tanto los puesteros de los portales le soplaban con fe al carbón, oleadas de lacayos y doncellas ponían una valla de sillas de caoba labrada, forradas de terciopelo, en calidad de avanzada...

Se diría que la mitad de la Nueva España de 1698 estaría en el magno espectáculo de las 11 de la mañana en punto. Ni una campanada más, ni una menos.

Y como no hay plazo que no se cumpla, ni testamento que lo resista, al sonido del primer tañido del reloj de Palacio y el largo suspiro de los religiosos, llegó el carruaje descubierto, luego de cruzar, sereno, altivo, las calles de San Francisco y Plateros.

Ahí estaba, descompuesta, aterrada, enferma, Doña Ana Paz Quiroga.

Su vestido de baile. Sus mejores joyas. Su abanico chino. Su mantilla sevillana. Su pañuelo perfumado.

"Y lívida como muerta -cuenta el poeta Juan de Dios Peza- /bajó en un lugar del centro,/ y sobre la rica alfombra,/ que los criados extendieron,/ inclinando la cabeza/ dio una vuelta sobre el suelo.

"Crujió la rica peineta/ y el traje en el rudo vuelco/ todo el pudor de la dama/ dejó entre risas maltrecho".

Diez campanadas exactas duró el jolgorio. Diez campanadas para cumplir su última voluntad del marqués del Valle Salado, Mendo Quiroga y Suárez, ante la fe de la autoridad. Diez campanadas para ganar, ¡Válgame Dios!, y tres y medio millones de aquellos pesos... que a los seis meses exactos, de no acatar la dama el capricho, pasarían a las arcas de los religiosos mercedarios y franciscanos.

El orgullo doblegado por una machincuepa.

¿Se acuerda cómo le suplicaba su tío en la enfermedad? ¿Se acuerda cómo corría a los criados? ¿Se acuerda cómo veía?

¿Se acuerda..?

De acuerdo a la conseja, la dama más altiva de la corte se encerró un año en su casa... contando quizá la fortuna; mientras lanzaba maldiciones contra los curiosos.

Y la tradición llamó desde entonces a la arteria del Palacio de Quiroga, hoy tercera de la Soledad, calle de la Manchincuepa...

... como le llamaría calle de Tiburcio a un tramo de la ahora llamada Uruguay, en homenaje a la fidelidad, la lealtad, la...

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