Cine Qua Non / Cleopatra eterna

AutorRicardo Pohlenz

Queda siempre por deslindar aquello que determina o señala al cine como industria y aquello que la convierte (o busca convertirlo) en arte. Es tal la necesidad que se tiene de los grandes eventos en términos mediáticos, que se aspira a inventarlos como un a priori. Puede que cada vez resulten más deslucidos (y destaque, sobre todo, un manierismo perverso, como el de las nuevas películas de superhéroes), pero no se trata de un padecimiento contemporáneo: el cine ha vivido siempre en el margen catastrófico de lo monumental.

Con la salida a escena de la cultura televisiva, a mediados de los años 50, se dio una necesidad en la industria hollywoodense por lo espectacular: grandes aventuras en escenarios que brillaban, esplendorosos, en technicolor. Convertida en género, la épica hollywoodense alcanzará su epítome y caída en los años 60.

David Lean haría de la vida de Lawrence de Arabia un signo de los tiempos, Stanley Kubrick convertiría las salas en estadios, con un Espartaco levantado contra el imperio, y Joseph L. Mankiewicz espiaría la vanidad humana con una película que, desde sus pretensiones, parecía anunciar su funesto sino. Como con Titanic (más con el barco que con la película, pero sirve igual como ejemplo) Cleopatra se anunció como un extremo, una conquista, un espectáculo fastuoso e incomparable.

Todo fue dado a la exageración: se necesitaron cuatro guionistas (y la mano de Mankiewicz) para darle...

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