Cicatrices en la selva

AutorEsther Díaz

ENVIADA

NUEVO BECAL, CAMPECHE.- A 30 metros de altura sobre el suelo y amarrados sólo con una cuerda, el miedo a la caída adquiere una dimensión diferente. No hay espacio para el error, y, cuando se comete, el resultado es fatal.

José Hernández tiene 63 años y es chiclero desde los 24, cuando llegó de Tabasco a vivir a Campeche. 39 años después de haberse subido por primera vez al árbol del chicozapote (Manilkara zapota) para obtener el látex de sus entrañas, aún recuerda aquella experiencia.

"La primera vez que subí me resbalé de resina. Hay algunos compañeros que cortan la soga a la que van amarrados y se caen de 15 a 25 metros de altura. Vas con la soga y subes a puro pulso", explica.

Para conseguir la materia prima que servirá para elaborar chicle 100 por ciento orgánico es necesario realizar cortes en zigzag en la corteza del chicozapote. Aunque esta práctica no mata a los árboles, los deja marcados para siempre con profundas hendiduras que cicatrizan con el paso de los años.

Pese a que la corteza gruesa es la que más ayuda a los escaladores para no escurrirse en el ascenso, José dice que para ellos es más fácil trabajar la fina porque no es tan dura.

"Mi chamaco se cayó desde unos 17 metros de altura. Se me quedó inconsciente, pero lo levanté y lo empecé a sobar hasta que resucitó. Sí me espanté. Yo no lo quería llevar a chiclear, pero él estaba terco en que quería aprender", reconoce.

Este oficio es sólo para unos pocos. Los hombres que se dedican a ello pasan de cuatro a seis meses al año inmersos en la selva, donde se exponen a sufrir accidentes, perderse en el laberinto de árboles y contraer la chiclera, como ellos llaman a la enfermedad de leishmaniasis.

El veterano chiclero platica que nunca se ha perdido, pero que en una ocasión le tocó buscar a dos hombres que se extraviaron.

"Se perdieron porque la madera era muy mala y no bajaba (el látex). Entonces decidieron tomar rumbo a ver si encontraban mejor madera que tuviera más goma. En eso se nubló y ya no les dio tiempo a regresar. Cuando los encontramos estaban bien asustados, con hambre y bien picados de moscas", relata.

Las moscas a las que se refiere son las portadoras de la leishmaniasis, que destruye tejidos y hasta órganos internos.

"Yo he curado la chiclera", dice mientras señala una cicatriz en su codo, "mi hijo mayor tenía como unos 16 años cuando le picó. Tenía una llaga enorme. Lo llevé a la clínica para ver si tenía una inyección, pero no había. Así que me lo llevé a...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR