Christopher Domínguez Michael/ Mujica Lainez, demiurgo y señorito

AutorChristopher Domínguez Michael

El escritor argentino Manuel Mujica Lainez (1910-1984) fue un viajero, un dandy y un exquisito, fanático de las colecciones y erudito pictórico, una figura no necesariamente simpática que combinó la altivez criolla con el poeta villano, al esteta cursi con el artífice novelesco, al señorito con el demiurgo. En sus novelas, cuentos y poemas, Mujica Lainez decidió combinar, no siempre con tino, el amor mítico por la Argentina de los adelantados y de los conquistadores con una cultura europea cuya solidez no requería de pasar lista en los cenáculos. Mujica Lainez fue más un discípulo de Lugones que un amigo de Borges. Prefirió el cultivo de su linaje a la vida literaria, aunque no desdeñó ninguno de los privilegios que le granjearon su relativa soledad y su constante talento. Sin formar parte del grupo Sur, compartió con ellos las decisiones políticas y culturales más significativas: el antinazismo, la oposición al régimen del general Perón, la defensa de la libertad artística.

A este touriste, silueta de un siglo que se aleja vertiginosamente, debemos uno de los libros majestuosos de la literatura hispanoamericana, Bomarzo (1962), novela histórica que protagoniza un ilusorio conde renacentista, tan perverso como contrahecho. Varias visitas a un castillo abandonado rodeado de monstruos de piedra, en la zona etrusca de Viterbo, a 90 kilómetros de Roma, incitaron a Mujica Lainez a escribir Bomarzo. En días como los nuestros, cuando la novela histórica se degrada hasta convertirse en un ejercicio comercial aderezado con recetas narrativas propias del más elemental de los talleres literarios, incitaría yo a tantos académicos y mercachifles a leer Bomarzo como penitencia.

Bomarzo, censurada en Buenos Aires por inmoralidad cuando Alberto Ginastera la presentó como ópera en 1967, es el libro que aseguró la posteridad de Mujica Lainez. Pero sus Cuentos completos (dos tomos, prólogo de Jorge Cruz, Alfaguara, Madrid, 2001) nos presentan una obra falible y compleja, indigna del recatado sitio secundario que ocupa. A fines de los años 40 del siglo veinte, cuando Borges empezaba su extravagante revolución conservadora, Mujica Lainez eligió el anacronismo, presentándose sin rubor como epígono del criollismo hispanófilo de Ricardo Palma, Artemio de Valle-Arizpe, Enrique Larreta. Tras escribir argentinísimas biografías de Miguel Cané, Hilario Ascasubi y Estanislao del Campo, elogiar a su ciudad en verso (Canto a Buenos Aires, 1943) y en prosa (Estampas de...

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