Christopher Domínguez Michael / La calaca de Rubén Bonifaz Nuño

AutorChristopher Domínguez Michael

Interrumpo lo que estoy haciendo -una breve historia de la literatura mexicana del siglo diecinueve- para leer y releer a Rubén Bonifaz Nuño, lo cual resulta, por fortuna, caminar en círculos. Al detenerme en As de oros (1981), que forma parte de Versos (1978-1984), volumen a su vez incluido en la Poesía completa que el FCE empezó a distribuir semanas antes de la muerte del poeta, el pasado 31 de enero, quedé colmado por una sensación de civilización finita, de acabamiento logrado. Me explico: cuando Bonifaz Nuño habla de Teseo, de Ulises, de Edipo, de Eneas, da la impresión, concluyente, de que todo aquello soñado como obra suprema por nuestros últimos neoclásicos (quienes casi siempre son al mismo tiempo nuestros románticos primitivos) fue realizado, finalmente, por este poeta del siglo veinte recién fallecido poco antes de cumplir los 90 años.

El dominio, retórico y métrico, de la Antigüedad, sobre todo de la poesía latina, sólo parece arribar entre nosotros con Bonifaz Nuño, quien también desvía su mirada abarcadora hacia el reino de Judá, hacia Isaac, pero no se concentra mucho en el Viejo Testamento. Prefiere a las vestales. Si por clasicismo se entiende respirar a Virgilio y a Lucrecio y no sólo traducirlos (más allá de lo que se piense de las versiones de Bonifaz Nuño, muy discutidas y discutibles) es indudable que entre los grandes clasicistas hispanoamericanos está él. Lo que soñaban hacer, vagamente, los Andrés Bello, los Pesado, los Carpio, los Pagaza y que estaba por encima de sus fuerzas, lo acabó haciendo maravillosamente el autor de As de oros. Es cierto, como dijo Gabriel Zaid, cuando apareció Siete de espadas (1966), que algo había de milagrosa en la anacrónica originalidad de Bonifaz Nuño, en su persona poética de "abate neoclásico metido a filósofo".

Pero no fue un poeta anticuado. Al contrario, su obra demostró algo no muy visible en aquellos años de sus primeros libros: cuando es una verdadera investigación lírica, el clasicismo siempre es actual. Aquellos decimonónicos nuestros, y antes que ellos los vilipendiados clasiquinos del dieciocho a los que sometieron, se habrían quedado maravillados si una máquina del tiempo les hubiese distribuido, para su lectura y comentario, ejemplares del As de oros. Pero esos mismos poetas no habrían entendido nada de Fuego de pobres (1961), libro notabilísimo cuya escritura sólo podía ser el resultado del desciframiento de varios acertijos modernistas y modernos (de Díaz Mirón a...

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