Chilangofobia... ¿te acuerdas?

En el centro de Cuernavaca, iba yo en mi coche por la calle de Abasolo, ya dando vuelta a la de Galeana, cuando se me cruzó otro vehículo casi trompicándome. Para darle el paso hubiera tenido que retroceder más de medio cuerpo, así que opté por completar la vuelta y adelantarme para dejar libre la vía. Mala decisión la mía, porque a los del otro coche -una quinteta de muchachos del uno y el otro sexos- les pareció una imperdonable grosería no haberme esfumado al instante para no estorbarles; así que, cuando luego me rebasaron, todos me echaron encima miradas de pistola. Sin embargo, nada pasó porque una de las chavas, que había mirado la placa trasera de mi automóvil, tranquilizó a los demás exclamando con el tono más despectivo que imaginarse pueda: "¡Ah, si es un chilango!" (es decir, la bazofia del mundo)...

Mi mujer y yo acabábamos de llegar a Morelos, prácticamente, y todavía mi carcacha llevaba placas de circulación del Distrito Federal. Eso -segunda mitad de la década de los ochenta- me identificaba como un descastado, un réprobo, alguien indigno de habitar en este planeta, ¿no es cierto? Diré, en abono de mi ingenuidad, que entonces no pensaba yo que para ir a Cuernavaca habría de obtener pasaporte y gestionar visa (de espalda mojada no, porque la única frontera a salvar era, es, en todo caso, la cordillera del Ajusco). Lo peor era que, aun consiguiendo la visa, no dejaría yo de ser, como ya dije, réprobo, descastado y en última instancia extranjero pernicioso.

Estaba en auge todavía, ¿te acuerdas?, la chilangofobia. Eso quería decir que los nacidos en el Distrito Federal debíamos ser considerados en todo el país seres nefastos, subgente, peste, pues. ¿Por decreto de quién? No lo sé. ¿A razón de qué? Tampoco. Más por enojosas situaciones repetidas, que por certeza plena, intuyo que la broma pesada o la maldición fundamentalista o como sea, se originó en Veracruz, en el puerto bullente, cuna de grandes bailarines y más grandes aún beisboleros, patria de soneros espléndidos y hogar de cronistas agudos y sabrosos de los que fue muestra insigne el egregio Paco Píldora. No sé si en los portales o en los muelles, en el Café de La Parroquia o en el Villa del Mar rumbero, se gestó la grosería que tanta gracia causó a algunos jarochos. El caso es que lo hicieron por el puro gusto de chupar sangre ajena.

¡Mire usted que llamar, con el mayor desprecio, "chilangos" a los nacidos en la capital de la República, "quesque" porque somos desaforados...

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