Chechenos en Moscú

AutorPilar Bonet

Próximos y lejanos a la vez, pero sobre todo distintos. Así ve Moscú a sus chechenos. Ciento veinte mil personas originarias de la república secesionista de Chechenia viven en la capital de Rusia (hasta 200 mil si se cuenta la región circundante) tratando de mantenerse a flote en un medio hostil a los forasteros de apariencia caucásica.

Los chechenos de Moscú son políticos, empresarios, burócratas, vendedores de hortalizas, talentos de los negocios y la cultura y fugitivos de la guerra. Aparentemente diluidos en una metrópoli de 9 millones de habitantes, no olvidan a qué "teip" (clan) pertenecen, y miran el mundo a partir de la brutal experiencia histórica de su pueblo. La guerra une con lazos invisibles a los que pernoctan en estaciones y a los que residen en pisos de lujo. Los chechenos de Moscú son una comunidad vigilada.

A unos, la Policía les pide la documentación en el metro y en la calle y, a veces, les hace pasar unas horas en la comisaría. En la oficina de empadronamiento se niegan a registrarlos, con lo que pierden la posibilidad de trabajar legalmente. Las Organizaciones no Gubernamentales les ofrecen paliativos, pero no soluciones. Tras el atentado de la plaza Pushkin, en agosto de 2000, las sospechas nunca confirmadas del Alcalde Yuri Luzhkov fueron motivo suficiente para organizar un registro relámpago y basado en criterios étnicos en los domicilios y empresas de los chechenos de Moscú.

Los nuevos pasaportes rusos, que sustituyen con lentitud a los soviéticos aún en circulación, no indican, como aquéllos, la comunidad cultural o étnica con la que se identifican sus titulares. Sin embargo, los rusos siguen marcando las distancias con el mundo caucásico. Afirmó la diferencia Liev Tolstói en su novela "Jazhí Murat" y la reafirma, salvando las distancias, el director de cine Alexéi Balabánov en "La Guerra".

El Comité de Ayuda Ciudadana en la calle de Dolgorúkovskaya es lugar de cita obligada para los fugitivos de las guerras de Chechenia. En la aglomeración de desposeídos que esperan turno frente a la entidad que dirige Svetlana Gánnushkina están Java Magamáyeva, de 39 años, y Roza Jamzatjánova, de 41. Ambas llegaron desde Tomsk, en Siberia, el 17 de julio tras cinco días de viaje en tren; Java, con tres de sus cinco hijos, y Roza, con cuatro, entre ellos un huérfano de un año, del que se ha hecho cargo.

Las dos mujeres, que huyeron de la segunda guerra, fueron enviadas a una residencia de refugiados en Tomsk. Si están en Moscú es para llevar a sus...

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