Cernuda, el mexicano

AutorChristopher Domínguez Michael

En el texto autobiográfico que acompañó a la edición mexicana de La realidad y el deseo (1958) y que ha devenido célebre, Luis Cernuda (Sevilla, 1903 - Coyoacán, 1963) narró cómo llegó, enamorado, a México. Una vez que decidió abandonar su cátedra en Estados Unidos y fijar definitivamente su residencia en el país en el que habría de morir, Cernuda acaso tuvo motivos para decepcionarse del país que había homenajeado, con tan lúcida reticencia, en Variaciones sobre tema mexicano (1952). Pero si Cernuda acabó por ser infeliz en México, la literatura mexicana, en un intercambio desigual, se fue apropiando de él hasta consagrarle un túmulo en su panteón, reconociendo en él al muerto que germina en tierra extraña.

Al tributo rendido, inmediatamente después de su muerte, por Octavio Paz, Tomás Segovia, Juan García Ponce y José Emilio Pacheco, se han ido sumando otros muchos, como lo consigna James Valender en Cernuda y México (2003). Pero de todas las imágenes que del hipersensible Cernuda en México he podido leer la que mejor lo retrata, por su brevedad y su ternura, es la instantánea tomada por José de la Colina: "Delgado, moreno, chato, de frente abombada, de bigotito lineal, de pequeños ojos duros, bien empacado en una discreta elegancia a la inglesa, salía Luis Cernuda con su soledad insobornable, a la calle en la Ciudad de México, y nosotros, hijos de refugiados españoles, lo teníamos por lo que de él nos habían dicho: un señorito y por eso habíamos tramado aquella broma que repetimos quién sabe cuántas veces: él caminaba por la calle, tal vez fumando su pipa, y de repente se oía aquel grito, imperativo, a su espalda: ¡Ey, Cernuda!, alevosamente lanzado como una pedrada desde cualquier parte o ninguna, y él se volvía vivamente, miraba en torno suyo, buscaba al este y al oeste y al sur y al norte, escudriñaba la calle como un páramo de chacal, fruncía el entrecejo, se le veía desconcertado, descentrado, perdiendo su eje, repentinamente inmerso en su amenazador vacío... Él no podía saber que éramos los chicos de la morería del exilio los que le gritábamos y luego nos escondíamos en un portal, en un zaguán o detrás de un árbol o de un automóvil, como nosotros no sabíamos entonces a qué gran poeta le estábamos poco menos que quitando el suelo bajo los pies".

Cernuda fue, redundante, un exiliado en el destierro que no escatimó a México páginas esenciales. En Variaciones sobre un tema mexicano, como lo ha señalado José María Espinasa, priva un...

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