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En el centro de la fe

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Vincent
AutorHugo Roca

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EL VATICANO.- Cuando pusieron el cuerpo de su esposo en una caja que enterraron bajo tierra y de él sólo quedó un nombre, Andrés, grabado en una piedra, Clara Arana quedó atrapada en el dolor.

Entonces recibió una inesperada invitación de su hermana Sandra, ferviente católica, para peregrinar juntas por Roma e Israel.

"Mientras yo fortalezco mi fe y sigo los pasos de Jesucristo, tú te distraes y olvidas un poco a tu marido", le dijo Sandra a Clara.

Con este acuerdo las hermanas llegaron en febrero a Roma, que las recibió gélida y oscura.

A las 6:00 de la tarde era noche cerrada y nubes de tormenta tapaban la luna; dos veces al día caían furiosas nevadas y la nieve cubría muslos, cabello y labios de las estatuas de San Pedro y San Pablo, inmóviles a cada lado de la Basílica de San Pedro.

Roma estaba irreconocible, en verdad parecía deprimida y furiosa, y este ánimo era tan ajeno a su natural bonhomía que hasta los romanos estaban asustados.

Sandra y Clara se quedaron en un hotel cerca del Vaticano y cada una experimentó su propio mundo romano: Sandra el de cruces y plegarias, y Clara el de las esculturas y el río.

Enclavado dentro de Roma, el Vaticano es el país más pequeño del mundo (44 kilómetros cuadrados).

Está gobernado por una teocracia, donde al Papa, por tradición, se le reconoce como representante de Dios. Su territorio es casa de la Santa Sede, máxima institución de gobierno de la Iglesia católica, cuyos lugares emblemáticos, la Basílica de San Pedro, los Museos Vatianos y la Plaza de San Pedro, que abarcan el 20 por ciento del territorio, son los únicos abiertos a los viajeros.

Visitar la Basílica para fortalecer la fe es una de las experiencias más intensas en la vida de un católico. Miles de creyentes mexicanos viajan en grupos al Vaticano cada año para acercarse a Jesucristo.

Aunque viajan en grupo, unidos por la experiencia mística de haber aprendido a rezar con sus madres ante una imagen del Niño Dios cuando eran chiquitos...

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