El cenit del Servicio Secreto

AutorGerardo Australia

Surgida en 1917 y hasta su desaparición en 1972, la Comisión de Seguridad del Distrito Federal ha sido el organismo policiaco más creíble que hemos tenido. En 1938, durante el mandato de Lázaro Cárdenas, la Comisión era conocida como Servicio Secreto.

Fue la época dorada de los grandes detectives, hombres vestidos de riguroso traje, gabardina y sombrero de ala ancha que arrastraban el cigarrillo de una comisura de la boca a la otra, en tanto se sumergían en el mundo deductivo para resolver el crimen. No eran blancas palomas, pero tampoco se vendían a la salvajada mafiosa y, lo mejor: mostraban resultados. Por lo mismo eran respetados por la sociedad mexicana.

Pronto el detective creó un aura de fascinación en la imaginación de la gente, sobre todo en literatura, como el héroe de lenguaje común que trabajaba en solitario pero era esencialmente honesto. El primer texto policiaco mexicano se escribió en la década de 1920, Vida y milagros de Pancho Reyes, detective mexicano, de Alfonso Quiroga, y a partir de los años 30 circularon revistas y periódicos dedicados al género detectivesco, como Magazine de Policía o El Semanario policiaco.

En 1940 la editorial Atlántida comenzó su semanario El Mundo del Crimen con traducciones de historias internacionales, y en 1950 la Editorial Novaro publicó Policiaca y de Misterio con historias escritas por autores mexicanos, pioneros del género, como el genial Antonio Helú.

No obstante, la realidad era otra. En el cuartel del Servicio Secreto del Distrito Federal, en primera instancia, atrás del viejo edificio de la Lotería Nacional, existía un sótano con celdas que les deparaba muy oscuras y desagradables sorpresas a los arrestados, que por lo general pasaban ahí de 15 a 30 días, aunque hubieran cometido delitos menores, como el robo de carteras, y ni que decir de los enemigos del Gobierno.

Pero sus aciertos fueron muchos. Gracias al Servicio Secreto mexicano en los años 30 se atrapó a Johnny O'Brien, gatillero del célebre hampón estadounidense John Dillinger. De los casos más sórdidos que resolvió esta organización, destaca el del asesino en serie Gregorio Goyo Cárdenas Hernández, capturado a principios de los años 40.

Goyo prefería enterrar a sus víctimas en el patio de su casa en Tacuba (calle Mar del Norte #20). El investigador a cargo fue el detective Simón Estrada Iglesias, famoso por haber desmantelado una red de estafadores internacionales que respondían al nombre de Los Argentinos. Sin embargo, fue el...

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