La carta de disculpa del Papa

AutorDalila Carreño Foto: Carlos Figueroa

Cuando Jesús Romero Colín abrió el sobre, sus manos temblaban y el corazón le latía rápidamente. Sentado en una banca sobre Avenida de los Insurgentes, al sur de la Ciudad de México, comenzó a leer la carta que le envió el Papa Francisco. Era la respuesta a una misiva que el mexicano le escribió tres semanas antes.

Sr. Jesús Romero Colín: Tengo recibida su carta. Con dolor, vergüenza, la releí y también con los mismos sentimientos la respondo. Perdón en nombre de la Iglesia, así con sencillez se lo pido. No me sale otra palabra. Rezo por Usted y por todos los que pasaron por ese martirio. Quiero estar cercano. En Usted y en los que han sufrido lo mismo veo la cara de Cristo ultrajada. Estoy a su lado y, por favor, le pido que rece por mí. Que Jesús lo bendiga y la Virgen Santa lo cuide. Fraternalmente, Francisco.

Estas 94 palabras fueron escritas de puño y letra de Jorge Mario Bergoglio, con un plumín negro sobre una tarjeta de papel opalina color blanco de 15.5 por 11 centímetros, en la que el sello del Estado de la Ciudad del Vaticano luce impreso en azul marino en la esquina superior izquierda.

La tarjeta está fechada en el Vaticano, el 19 de julio de 2013.

Jesús guardó la carta más de un año, antes de decidirse a compartirla con la esperanza de que su difusión pueda servir para que la denuncia en contra del sacerdote pederasta que abusó de él, Carlos López Valdés, interpuesta en la Fiscalía Especializada contra Delitos Sexuales de la PGJDF, siga su curso.

La carta del Papa venía en un sobre blanco con el nombre completo y la dirección de Romero Colín también escritos con la letra del Papa Francisco, quien redactó la misiva tres meses después de haberse convertido en el primer pontífice del continente americano.

Estaba acompañada de una postal de la Pascua 2013 en la que se reproduce el cuadro La Resurrección de Jesucristo del pintor renacentista Francesco Vecellio, una obra del siglo XVI que muestra a Cristo resucitado rodeado de ángeles. La tarjeta reproduce también una frase del Evangelio según San Lucas, que dice: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado".

Ésa era la respuesta del Santo Padre a una de las víctimas de la pederastia clerical en México; acaso un botón de muestra de la nueva actitud del Vaticano anunciada desde el inicio mismo del Pontificado de Francisco, el Papa que ha dicho que no tolerará los abusos sexuales ni el encubrimiento de pederastas desde altas esferas de la Curia romana.

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En junio de 2013, cuando Bergoglio tenía tres meses en el Vaticano, Jesús Romero Colín envió una misiva de dos cuartillas y mil 864 palabras al Papa. En ella le contó los abusos sexuales cometidos en su contra y el desprecio de la Iglesia mexicana hacia su caso.

Sé que mi historia es sólo una de tantas, que tal vez no sea la más dolorosa, ni la más digna de llamar la atención, pero sé que comparto algo en común con los que hemos pasado por lo mismo: es el tratar de sobrevivir con una vida destrozada en casi todos los aspectos.

A sus 11 años, cuando era monaguillo, Jesús fue víctima de abuso sexual por parte del sacerdote Carlos López Valdés. Las violaciones ocurrieron entre finales de 1994 y principios de 2001 en la casa que el cura tenía en Cuernavaca y en la Parroquia de San Agustín de las Cuevas, en Tlalpan, de donde era párroco.

Sin entrar en muchos detalles, Jesús narra a Bergoglio los abusos que padeció y describe sus sentimientos ante ellos.

Pasó poco tiempo para que el sacerdote Carlos López Valdés aprovechara su posición para abusar de mí, sexual, física, espiritual y psicológicamente. El terreno fue fértil en mi contra y los abusos continuaron durante 5 años. Podría tratar de explicar todas las causas por las cuales permití que continuaran, pero en dos hojas me es imposible, sólo mencionaré algunas palabras que lo pueden definir: miedo, culpa, confusión, misión, deuda, dolor, pérdida y estar fuera de sí mismo.

El sueño de Jesús era ser sacerdote. Sus expectativas eran muy altas. Le emocionaba la idea de estar cerca de Dios por la fe que sentía, y de formar parte de la Iglesia católica, en la que confiaba. Quería ser como el padre Carlos.

Crecí en una familia muy apegada a la Iglesia, acudía con mi madre todos los domingos a misa, yo quería ser sacerdote, esa fue una de las razones principales por las cuales a la edad de 10 años decidí ser acólito. Fue en la Parroquia de San Agustín de las Cuevas donde conocí al párroco Carlos López Valdés, el cual se acercó a mi familia para brindarnos su apoyo y ser mi guía en el camino al sacerdocio, entablamos una buena amistad; todos en mi familia, incluyéndome, lo admirábamos y nos sentíamos privilegiados al tenerlo cerca. Al transcurrir el tiempo él se ofreció para hacerse cargo completamente de mis estudios, de ser mi guía espiritual y de mi manutención con la condición de que yo viviera en la iglesia para ayudarle a las labores que ésta demandaba, para ese entonces yo lo consideraba como mi padre. Todos en mi familia aceptaron con gran orgullo, pensaban, al igual que yo, que estaría en un lugar privilegiado, en la casa de Dios y bajo la tutela de un hombre de Dios.

Pero los abusos sexuales en su contra comenzaron: el sacerdote empezó a tomarle fotos desnudo cuando dormía o mientras nadaba en la alberca que el padre tenía en su casa de Cuernavaca...

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