Entre carreteras y campos agrícolas: Un viaje a las infancias trabajadoras

Fecha de publicación13 Junio 2022
Ilustración EE: Nayelly Tenorio
Ilustración EE: Nayelly Tenorio
Personas jornaleras agrícolas en Sinaloa de todas las edades. Foto EE: Blanca Juárez
Personas jornaleras agrícolas en Sinaloa de todas las edades. Foto EE: Blanca Juárez
Personas jornaleras agrícolas en Sinaloa de todas las edades. Foto EE: Blanca Juárez
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Personas jornaleras agrícolas en Sinaloa de todas las edades. Foto EE: Blanca Juárez
Personas jornaleras agrícolas en Sinaloa de todas las edades. Foto EE: Blanca Juárez
Personas jornaleras agrícolas en Sinaloa de todas las edades. Foto EE: Blanca Juárez
Personas jornaleras agrícolas en Sinaloa de todas las edades. Foto EE: Blanca Juárez
Personas jornaleras agrícolas en Sinaloa de todas las edades. Foto EE: Blanca Juárez
Personas jornaleras agrícolas en Sinaloa de todas las edades. Foto EE: Blanca Juárez
Personas jornaleras agrícolas en Sinaloa de todas las edades. Foto EE: Blanca Juárez
Personas jornaleras agrícolas en Sinaloa de todas las edades. Foto EE: Blanca Juárez
Personas jornaleras agrícolas en Sinaloa de todas las edades. Foto EE: Blanca Juárez
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Personas jornaleras agrícolas en Sinaloa de todas las edades. Foto EE: Blanca Juárez
Personas jornaleras agrícolas en Sinaloa de todas las edades. Foto EE: Blanca Juárez
Personas jornaleras agrícolas en Sinaloa de todas las edades. Foto EE: Blanca Juárez
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Personas jornaleras agrícolas en Sinaloa de todas las edades. Foto EE: Blanca Juárez
Personas jornaleras agrícolas en Sinaloa de todas las edades. Foto EE: Blanca Juárez
Personas jornaleras agrícolas en Sinaloa de todas las edades. Foto EE: Blanca Juárez
Personas jornaleras agrícolas en Sinaloa de todas las edades. Foto EE: Blanca Juárez
Personas jornaleras agrícolas en Sinaloa de todas las edades. Foto EE: Blanca Juárez
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Personas jornaleras agrícolas en Sinaloa de todas las edades. Foto EE: Blanca Juárez
Personas jornaleras agrícolas en Sinaloa de todas las edades. Foto EE: Blanca Juárez
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Personas jornaleras agrícolas en Sinaloa de todas las edades. Foto EE: Blanca Juárez
Personas jornaleras agrícolas en Sinaloa de todas las edades. Foto EE: Blanca Juárez
Blanca Juárez

Por Blanca Juárez

El trabajo infantil agrícola es un fenómeno que avanza de generación en generación. Sinaloa es uno de los estados que vive esta realidad; los rostros y las historias la dan color a la ardua cosecha y a los días entre los campos.

Culiacán, Sin. Aquí, entre los surcos del campo, donde el sol no deja que nada ni nadie se esconda, todas son niñas y niños. Hay quienes se han convertido en abuelas, padres, madres: “Empecé a trabajar a los 10 años”, “desde chiquilla, a los 11”, “uy, fue hace mucho, parece que tenía 7”. Sólo un pequeño grupo sigue de verdad en la infancia: “Tengo 9 años”, “no sé, creo 6”, “¡mañana cumplo 10!”.

La temporada de corte está terminando, pero mientras queden chiles en las matas y verduras en la tierra habrá familias jornaleras. En unos días volverán a casa en Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Hidalgo y San Luis Potosí. O migrarán a los campos de Michoacán, Zacatecas o Aguascalientes, o al norte, a Chihuahua, Baja California o Estados Unidos.

“¿Tú también viajas siempre, como yo?”, pregunta Macaria Hernández, una niña jornalera de 8 años. En la diáspora eterna, en el tiempo entre carreteras y campos agrícolas, las niñas y los niños se convierten en adolescentes que forman sus propias familias. Sin escuelas, sin un sistema escolar acorde a su vida nómada, sin ingresos justos para sus padres y madres, sin lazos en su comunidad de origen ni las de destino, lo que queda es tenerse entre sí.

Sentada en el patio de lo que fue una cantina y por esta temporada de cosecha es su casa, Eugenia Acosta recuerda su infancia en el campo, trabajando y jugando. Otra memoria de esos paisajes tiene que ver con el nacimiento de una de sus hijas.

“Andaba en Ensenada, Baja California, cuando empecé con los dolores”. Estaba cosechando cebollas y de pronto sintió que, así como ella las arrancaba de la tierra, algo en su vientre se desenraizaba lastimosamente. Tuvo un parto prematuro de seis meses, fue hace 13 años y desde entonces, cada año, la niña migra con la familia, pero ya no quiere estudiar, dice su mamá.

“Se me hace difícil porque a veces no entiendo y se me olvida”, cuenta ella misma. Sonia Pineda tiene el cabello largo y trenzado, está por pasar de la pubertad a la adolescencia, espera ansiosa ese ese momento. Cuando tenga “unos 17” se cortará el cabello y se irá a trabajar al campo con su familia.

En un campo, cerca de la mar, el pequeño César Pérez carga una cubeta con 10 kilos de chiles, es el mismo número de años que tiene. “Sí pesa, pero yo puedo”, dice. Al terminar el día, a su familia le pagarán 15 pesos por cada cubeta que llenaron, pero en los tianguis o en los mercados de la Ciudad de México el kilo de chile se venderá a 40 pesos.

Jueves Santo Enganchados en el proceso

El viacrucis comienza en Villa Juárez, municipio de Navolato. A las cinco de la mañana la plaza central hierve de familias que buscan ser contratadas o necesitan transporte, llevan a sus hijas e hijos de diferentes edades. Camionetas de redilas y viejos autobuses las llevarán a uno de los 11 campos de los alrededores. Después de las siete de la mañana ya sólo quedan las personas sintecho.

En las nuevas colonias no hay drenaje, pavimentación, ni luz eléctrica. La urbanización sin desarrollo económico equitativo, ni oportunidades educativas y la inseguridad le están sumando problemas a la comunidad jornalera migrante que se ha quedado a vivir en esta localidad.

“Hace poco un jovencito fue rescatado de los malos”, cuenta la encargada de un programa de apoyo a esa población. Jóvenes y adolescentes jornaleros son enganchados para la venta de droga aquí y en sus lugares de origen, explica.

En febrero, el Congreso reformó la Ley Federal del Trabajo para permitir que adolescentes mayores de 15 años laboren en el campo. Uno de los argumentos fue que ante la falta de empleo, aceptan las ofertas del crimen organizado. Pero no siempre funciona así, pues son enganchados en su actividad laboral.

En Villa Juárez “hay tráfico de armas, violaciones, narcomenudeo, abuso de menores” y feminicidios debido a un grupo del crimen organizado, dijo en enero el coordinador del Consejo Estatal de Seguridad Pública, Enrique Calderón. Se suben a los camiones que transportar a las familias jornaleras para enganchar a adolescentes, dijo.

Lo que vale su vida

“Ya quiere aparecer el calorcito”, dice Juanito Triqui. Los 38 grados de temperatura a la sombra le hacen sospechar eso. Su nombre es Juan López García y es el líder del Movimiento Unificador de Lucha Triqui (MULT) en Villa Juárez.

Llegó a Sinaloa con su familia hace cuatro décadas de San Juan Copala, Oaxaca, un pueblo triqui de población desplazada por conflictos políticos, económicos y sociales. Luego de varios años migrando, él se quedó en Villa Juárez.

Tenía 8 años cuando comenzó a trabajar. Un día, en Ensenada, por algún motivo que no recuerda se quedó en casa y por eso se salvó de ir en un camión que transportaba a los jornaleros y que volcó. Murieron todos, entre ellos, su padre.

La empresa les quería indemnizar con 200 pesos. “Eso es lo que valía la vida de un jornalero”, dice indignado. “Fue la primera vez que la gente protestó y marchamos para exigir una compensación justa”. Esa lucha sembró en él una semilla.

Por años siguió siendo un niño trabajador y pronto, sin detenerse en la adolescencia, se convirtió en adulto. Hace tiempo que dejó los campos para dedicarse a la defensa de los derechos de personas jornaleras.

Juanito Triqui, líder del Movimiento Unificador de Lucha Triqui.
Emilia no existe

“Los jornaleros no tienen prestaciones, no crean antigüedad, ganan muy poco, dan su vida a cambio de casi nada. Sólo pedimos nuestros derechos”, dice Juanito Triqui.

“Me preocupan más quienes vienen de San Luis Potosí e Hidalgo, porque los contratistas les pagan hasta terminar el trabajo, a los tres o cuatro meses”. En tanto, “les prestan” dinero y les fían productos de su tienda, como en los viejos tiempos porfiristas, pero que hoy podría ser catalogado como trabajo forzoso o trata de personas.

Las consecuencias de esas condiciones no sólo las asumen las personas adultas, también sus hijas e hijos. El acceso a servicios básicos como salud, alimentación y educación reducen las probabilidades de recurrir al trabajo infantil, señala la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

En esta zona está presente la Confederación de Trabajadores de México (CTM), que debería velar por los derechos de las familias jornaleras, el organismo señala tener un programa contra el trabajo infantil. “Yo nunca he visto a alguien del sindicato”, sostiene Rufino Bartolo, jornalero de 69 años. No obstante, cada semana le descuentan 2 pesos de cuota sindical. El hombre lleva 57 años laborando para las agrícolas en Sinaloa, desde que llegó de Oaxaca, a los 12 años.

Rufino ha ido a visitar a su amigo Juanito Triqui a su oficina. La oficina es un cuarto de ladrillos en medio de otros dos de madera, en los que habitan diferentes familias y con un patio de tierra.

Hace rato que Emilia Laureano y su hijo esperan a Juanito. En el rostro de la mujer están calcadas las zanjas de los campos en los que trabaja desde niña y la hacen lucir como de unos 60 años. Ella calcula tener 50.

Emilia y su hijo están sentados afuera de la oficina, pero no existen, no jurídicamente. No tienen acta de nacimiento y ella no sabe cuándo nacieron, no pudo registrar a su hijo, por lo que nunca fue a la escuela y desde niño trabaja en las empresas agrícolas. Recuerda que lo tuvo hace 20 años, en un campo de esta entidad, ella es de Guerrero. Ha venido con Juanito Triqui para que la ayude a existir.

Las escuelitas en WhatsApp

“Mi tesis de licenciatura es sobre la escolaridad de niños jornaleros”, cuenta una joven cuya identidad es mejor reservar. “Sólo si las empresas piden un maestro, las autoridades educativas lo envían. Además, las compañías deben construir un aula”.

Para conocer el sistema, ingresó al Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe), “porque los maestros que mandan a esas escuelitas son de ahí”. Comenzó a dar clases en la pandemia, les mandaba las lecciones y tareas por WhatsApp y les visitaba cuando estaban en casa.

“Los papás no tienen con quién dejarlos y con el cierre de las escuelitas, peor. Por eso se los llevan”, sin un sistema nacional de...

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