Carlos Fuentes/ El poder, el nombre y la palabra

AutorCarlos Fuentes

"¿Qué hay en un nombre?", se pregunta Shakespeare en Romeo y Julieta. George Orwell le contesta en 1984: Exactamente lo opuesto de lo que creemos. La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza.

Desde la Antigüedad, el nombre ha sido el escudo de la personalidad y para subrayarlo, el nombre propio suele acompañarse de un calificativo: Ulises es el Prudente y su mujer, Penélope, comparte el adjetivo. Monarcas diversos son inseparables del calificativo, Pepino es el Breve, Felipe el Hermoso, Carlos El Calvo o El Bienamado (Francia), el Temerario (Borgoña), el Malo (Navarra), o el Rengo (Sicilia). En la América Latina independiente, los nombres del nombre pueden ser heroicos (Bolívar, Libertador; Juárez, Benemérito), peyorativos (Leonardo Márquez, Tigre de Tacubaya, y Manuel Lozada, Tigre de Alica), definitorios (Francia, El Supremo del Paraguay) o ridículos (Santa Anna, Su Alteza Serenísima; Trujillo, Benefactor y Padre de la Patria Nueva).

Los dictadores totalitarios del siglo XX se otorgan títulos heroicos, (Führer, Duce), o modestos (Primer Secretario del Partido). Lo que los distingue no es tanto el nombre sino la palabra, de suerte que viene a cuento otra cita shakesperiana, la de Hamlet: "Palabras, palabras, palabras". Allí, en el territorio de la palabra (la parole de Roman Jakobson, la superficie del habla, su secuencia lineal, irreversible, sincrónica) es donde el lenguaje de la ciudad (el lenguaje político) se revela o se esconde, como Ulises de regreso en Itaca.

Déspotas grandes y pequeños

Hay por ejemplo, (supremo ejemplo) una diferencia radical entre los lenguajes de los dos déspotas más sanguinarios del siglo XX, Hitler y Stalin. Hitler jamás oculta con palabras su intención política. No sólo la revela. La subraya y convierte a la palabra en acción. "El judaísmo es la plaga del mundo", dice desde 1924, culminando con la orden para la solución final, el Holocausto, en 1941: "Hay que destruir a todos los judíos sin excepción. Si no logramos exterminar la base biológica del judaísmo, los judíos un día destruirán al pueblo alemán".

Stalin, en cambio, se pertrecha detrás de una filosofía social humanista, el marxismo, y jamás, en lo esencial, renuncia a ella, salvo para adobarla con su salsa leninista. Si el comunismo es el proletariado en el poder, (la victoria final de los condenados de la tierra) el partido -afirma Stalin- "es la forma más alta del proletariado".

Lo que ningún dictador puede abandonar, sin embargo, es el culto debido a su personalidad. En nombre del poder de Stalin, van al cadalso todos los viejos bolcheviques de la etapa heroica, algunos declarándose traidores a Stalin. Alguno, incluso, llegando a decir: "Si Stalin declara que yo soy un traidor, lo creeré y me declararé culpable" (Mijail Kolstov). Este criminal paranoico, José Stalin, capaz de decir, "Una muerte es una tragedia. Un millón de muertes es una...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR