Carlos Monsiváis / Temporada testimonial

AutorCarlos Monsiváis

Antes, lo propio de la clase política era el sigilo, ese cuidado del secreto como si se tratara de los consejos del ser más querido, el silencio que ni siquiera la agonía quebranta. Antes. Pero todo se acelera mientras cree que dura y una mañana la clase política se despertó parlanchina, llena de revelaciones, decidida a contar todo, literalmente todo lo que supiera. Al principio el secreto se dispersó en chismes o en entrevistas donde políticos encumbrados referían la interioridad de tal o cual momento de la sucesión presidencial; luego, la gana de aclarar ha ido subiendo de tono y no hay intimidad que se respete o, para ser exactos, ya ni siquiera se concibe la idea de intimidad. El resultado: todo el que o la que tiene algo que contar se sienta frente a la computadora y produce un libro donde se narra lo más recóndito de la clase política. Y hay público para Esto, aunque las más de la veces de estrenarse en las revistas especializadas las revelaciones más sensacionales o sensacionalistas, el libro en cuestión ya no vende un ejemplar.

A continuación, y no con el fin de perjudicar la venta, algunos adelantos.

I

"Le dije hasta de lo que se iba a morir", autor: Gustavo Alcántara de la Pecera. Biografía del autor: Alcántara, abogado, economista e ingeniero, originario de Matamoros, fue asesor de tres Presidentes de la República: Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo. Su puesto, nos dicen, tenía lo suyo, era tan importante que en vez de ir a él con los Jefazos éstos iban a su casa a consultarle. ¿Sobre qué tema? Al parecer todos, pues como Alcántara repite en su libro, es un experto multitemático ("un sabio renacentista" en una palabra):

"Llegó el Presidente (ya no recuerdo cuál, han sido tantos que me confundo) y me dijo a boca de jarro: 'Gustavo, ¿cómo ves que devaluemos mañana y el dólar se vaya a 30 pesos? Luego, le echamos la culpa a la Oposición'.

"Lo vi de arriba abajo y le dije: 'Señor (les hablo de usted para que no les dé por las confiancitas). Señor, lo que ha dicho, viniendo de usted, es formidable. En cualquier otra persona sería signo de retraso mental'. Me miró con desconfianza, se limpió la saliva de la mejilla, y replicó: '¿Por qué lo dices?'. Fui al grano: 'Señor, usted es mi jefe y es el Presidente de la República. Mientras lo sea y me pague con puntualidad, lo que diga me merecerá respeto. En cuanto cese el convenio laboral, le confesaré la verdad: a usted sólo se le ocurren idioteces'.

Dije esto y su rostro...

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