Carlos Fuentes/ Ilusiones y realidades

AutorCarlos Fuentes

Todos los días, por imperativos de salud, debo caminar una hora. Para cumplir esta orden médica, mi sitio preferido son los cementerios. No hay tráfico, no hay semáforos. Lo que hay es una variedad propia y singular, tan diversa como la de las más animadas avenidas urbanas. Acaso el cementerio más singular del mundo sea La Recoleta de Buenos Aires. La he llamado la Disneylandia de la Muerte. Es una ciudad de monumentos extravagantes, heroicos, cupulares, en la que los sentimientos vuelan con alas de ángel y resuenan con trompetas celestiales. Todo ello construido sobre la riqueza del trigo, la carne y la leche.

El cementerio de Arlington en Washington es como una extensión de la ciudad capital que parece, arquitectónicamente, un vasto cementerio burocrático. "El Panteón Francés a lo bestia", dijo en una ocasión Salvador Novo, más fascinado por la forma fálica del obelisco local. Pero es en la propia Francia donde se encuentran los cementerios más entrañables porque en ellos reposan Julio Cortázar (en el de Montparnasse) y Balzac, Wilde y Jim Morrison en Pere Lachaise. Los fantasmas, allí, cobran vida memoriosa y comunican una emoción serena. En cambio, el cementerio judío de Praga es una advertencia dramática. Sus tumbas amontonadas a lo largo de los siglos surgen en desorden de la tierra, clamando: Recordad.

Mi propio panteón preferido es el que recorro diariamente en Londres, el Old Brompton. Hay en él espacios trágicos: centenares de cruces blancas señalando la sepultura de jóvenes muertos en la sangría de la Primer Guerra Mundial. Ningún muerto tiene más de treinta años. El más joven, dieciocho. Pero otras tumbas dan cuenta de la celebrada excentricidad británica. Leo sus inscripciones con fruición y asombro. La mejor de todas dice: "Aquí yace Lady Fairfax. Pasó de la ilusión a la realidad".

He pensado mucho en este memento mori durante las primeras semanas de la nueva administración del presidente Vicente Fox, leyendo un libro breve y notable, México: La ceniza y la semilla de Héctor Aguilar Camín. El autor evoca un pasaje de la espléndida y olvidada novela del poeta romántico francés Alfred de Musset (Confesiones de un hijo del siglo), quien, evocando a su vez el paso de la era napoleónica al doble descontón de la restauración monárquica y la modernización económica (producto de las reformas revolucionarias y bonapartistas) se pregunta si, al caminar, los franceses pisan semillas o cenizas.

¿Surco o tumba? La nueva realidad mexicana...

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