Carlos Fuentes / William Styron

AutorCarlos Fuentes

Más que universal -y lo era- William Styron fue el norteamericano cósmico. Sus raíces más profundas estaban en las extremosas regiones fluviales de su estado nativo, Virginia. Me siento orgulloso de que su bellísimo libro de relatos sureños, A Tidewater Morning, me lo haya dedicado. Era un testimonio -uno más- de una de las amistades más antiguas, profundas y estimulantes de mi vida, iniciada en 1965 en Chichén Itzá y culminada hace apenas unos meses -cómo lo iba yo a saber- en su residencia de Roxbury, Connecticut.

Sensual, amante de las mujeres, el vino, las grandes comidas, los viajes, la poesía de John Donne y las novelas de William Faulkner, lo recuerdo charlando hasta altas horas en esos oscuros e íntimos bares de Manhattan que parecen pinturas de Edward Hopper o escenarios de cinéma noir. Lo recuerdo asombrado una y otra vez ante la belleza de su ciudad favorita, París, exclamando: "It's the layout", "es el diseño"... Lo recuerdo bajando juntos, suspendidos sobre el vacío y agarrados a un cable a las entrañas de la mina de La Valenciana en Guanajuato. Lo recuerdo caminando juntos con François Mitterrand a la toma de posesión del presidente en el Panteón y luego, mientras Plácido Domingo cantaba La Marsellesa ante la multitud exaltada por la victoria socialista, firmando ejemplares de Sophie's Choice bajo una lluvia que se llevaba su firma y, acaso, el libro entero...

Lo recuerdo como anfitrión de una inolvidable cena en su casa isleña de Martha's Vineyard en honor del entonces presidente Bill Clinton, equilibrando la agenda de la conversación que Gabriel García Márquez, Bernardo Sepúlveda y yo queríamos llevar hacia la política y Clinton hacia la literatura, culminando con el recitado de memoria del monólogo de Benjy de El sonido y la furia de Faulkner por un presidente que no se dormía antes sin leer al menos cuatro horas. Y lo recuerdo de nuevo con Gabo, en la noche de Cartagena de Indias, desentrañando el arte de El conde de Montecristo de Dumas, ofreciendo argumentos paralelos, apariciones inesperadas, finales inconclusos: un concepto de la novela como obra abierta que en cada línea ofrece perspectivas de renovación para la lectura y la convicción de que un libro, como decía Mallarmé, "no termina nunca, sólo aparenta concluir...".

Amaba a México y no perdía oportunidad de visitarnos a Silvia y a mí junto con su maravillosa, leal, inquebrantable y bella esposa, Rose Burgunder, ama de esas casas sólidas ancladas en libros, cocinas...

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