Carlos Ocampo/ Federico Castro, el Generador de Danza

AutorCarlos Ocampo

El miércoles 4 de abril, en la Universidad Autónoma de Querétaro, tuvo lugar un homenaje a Federico Castro. ¿El motivo? Diez lustros dedicados a la danza en los territorios del Ballet Nacional de México (BNM). Encabezado por la rectora de la dependencia, Dolores Cabrera, acompañaron al coreógrafo el crítico Alberto Dallal y la fundadora del BNM, Guillermina Bravo. Emilio Carballido envió una hermosa carta. Además se citaron en el Auditorio del Consejo Universitario bailarines, coreógrafos y estudiantes. Enseguida se encuentra el texto corregido que leyó este crítico:

Nació una madrugada azul en Acolman. El país despertaba entre los cocoreos de gallinas y guajolotes. A la vuelta de la esquina (eso se creía entonces) aguardaba la modernidad tan ansiada. La capital -como le gustaba decir a Ramón López Velarde- ya se estaba comiendo a mordisco puro esa modernidad. Lázaro Cárdenas se entrenaba para apretar las tuercas y tornillos al aparato ideológico heredado por la revolución. El futuro, o buena parte de éste al menos, estaba en la educación. Federico Castro tenía ya un destino trazado: más temprano que tarde sería normalista. Tradición familiar.

Fue maestro. Y de los mejores. Sin embargo, más que introducir a los educandos -como entonces se les llamaba- a las piruetas del abecedario, a la arquitectura ingrávida de la aritmética o a los folletines protagonizados por los escultóricos próceres que nos dieron patria, vestido y sustento, el joven maestro se volcó, de lleno, a desenmarañar la alquimia laberíntica del cuerpo, la física del transcurrir en el espacio, la poética del gesto.

Castro fue, y se mantiene como, un mentor ejemplar. Su vocación primera sostiene la enramada fértil de simpatías y afinidades que ha cultivado a lo largo de decenios. Impensable toparse con danzadores que no hayan asistido a alguna de sus clases. Casi no hay nadie intocado por sus manos. No olvidemos que la danza se transmite a golpes de tacto. De tacto practicado con tacto, redundemos. Porque nadie más cuidadoso, más hábil o más perceptivo respecto de las cualidades de sus alumnos. Castro no sólo sabe cómo enseñar. Disfruta haciéndolo. Se nota.

Pero no sólo es esto. Se sabe: en educación lo afectivo es lo efectivo. Y a Fede, todos le tienen afecto. Y viceversa. En un medio saturado de verdades y mentiras susurradas, de sangrientas conflagraciones invisibles (o casi), Castro ha hecho suyo el ideal de Roland Barthes: "ningún poder que enturbie mis relaciones con los...

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