Carlos Bravo Regidor / La política del tapabocas

AutorCarlos Bravo Regidor

Hay mucha evidencia de que usar tapabocas reduce el riesgo de contagiar y contagiarse de coronavirus. ¿Cuánto? Depende de múltiples factores, pero buena parte de los estudios coincide en un rango entre 50 y 80 por ciento. No se necesita tener un doctorado en epidemiología para entender que no es una medida perfecta (noticia de última hora: ¡ninguna lo es!) pero de todos modos es muy buena. Además, es fácil y barata. Ningún país de los que han logrado reducir significativamente sus curvas de contagio ha prescindido de ella, al contrario. ¿Por qué entonces hay quienes la relativizan, se resisten o de plano se niegan a adoptarla?

Una primera respuesta es la inconveniencia. ¿Es incómodo? Quizá, un poco. A veces el tapabocas se mueve y molesta en los ojos. Otras veces irrita la piel o da comezón. Algunas personas incluso se quejan de la sensación de que algo les pellizca las orejas o les presiona la boca o la nariz. Pero nada comparado con la incomodidad de tener fiebre, tos, dolor de cabeza. O náuseas o diarrea. O con perder el sentido del gusto o el olfato. ¿No estamos acostumbrados? Es verdad, no lo estamos. Ni tendríamos por qué estarlo. En efecto, es difícil acostumbrarse al tapabocas, aunque no tan difícil como acostumbrarse a sentir dificultades para respirar. ¿No se ve bien? No, se ve un poco raro. Es como si restara cierto sentido de la individualidad, como si el rostro perdiera algo de su capacidad expresiva. El tapabocas uniformiza, acartona. No tanto, sin embargo, como tener que ser intubado. En fin, el inconveniente es real, sin duda. ¿Menos real que el inconveniente de contagiarse y contagiar a otros? ¿O de morir?

Una segunda respuesta es la masculinidad tóxica. En efecto, suelen ser más los hombres que las mujeres quienes rechazan usar tapabocas. ¿Por qué? Porque hay hombres para los que ser hombre significa no dejar que nadie les diga qué hacer, conducirse como si fueran indestructibles, no tomar precauciones ante el riesgo. Para ellos, acatar recomendaciones, admitir su vulnerabilidad, cuidarse y cuidar a los demás, son formas inequívocas de afeminarse. Para ellos, la masculinidad no puede ser otra cosa más que un acto permanente de autoafirmación. La imagen que...

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