Carlos Fuentes/ Arthur Miller

AutorCarlos Fuentes

Existe una fotografía de varios miles de parisinos marchando por la Rue Soufflot hacia el Panteón el día de la inauguración del Presidente de Francia, Francois Mitterrand, en mayo de 1981.

Entre la multitud, destaca un hombre más alto que cualquier otro. Quienes le conocen pueden identificar con facilidad a Arthur Miller, la cabeza descubierta en la tarde tormentosa, el impermeable arrojado sobre un hombro, los anteojos firmemente colocados en el perfil digno de las monumentales esculturas presidenciales del Monte Rushmore.

O como dice William Styron: Arthur Miller es el Abraham Lincoln de la literatura norteamericana.

Pero la gran altura física de Miller, me dije a su lado aquel día de mayo en París y lo repito este día de octubre en Oviedo, sólo es comparable a su enorme altura moral, política y literaria. Nada lo ha rebajado. Ni la tragedia personal. Ni el desafío político. Ni la moda intelectual.

Yo crecí en los EU en los años 30, ese "valle sombrío" como lo ha llamado el historiador británico Piers Brendon, la década cruel en la que los conflictos ideológicos, las políticas económicas y la condición misma del ser humano, entraron en una profunda crisis.

Entre el crack financiero del año 29 y el estallido de la conflagración mundial del año 39, las respuestas a las crisis fueron remedios peores que la enfermedad: regímenes totalitarios, militarismo, cruentas guerras civiles, violaciones del derecho y de la vida, lasitud e indiferencia democráticas...

La gran excepción fueron los Estados Unidos de América. El Presidente Franklin Delano Roosevelt y la política del Nuevo Trato no tuvieron que acudir a medidas totalitarias ni a supresión de libertades para afrontar los desafíos del desempleo, la crisis financiera, la pobreza de millones de ciudadanos y la quiebra de miles de empresas.

Roosevelt y el New Deal acudieron a lo más preciado que tienen los Estados Unidos: su capital social, su dividendo humano. El País fue reconstruido con su potencial humano y social, pero también gracias al impulso dado a las artes y, muy particularmente, a las artes teatrales.

En este mundo se formó Arthur Miller y ése su perfil de Mount Rushmore es también el perfil de una era en la que la gran nación estadounidense depositó su confianza en la fuerza de trabajo del pueblo y actuó con la energía y la justicia que se dan cuando, como entonces, los ideales y la práctica se unen.

Más tarde -o cada vez que- los EU han divorciado los ideales de la práctica -cuando...

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