Capítulo II: Desarrollo regional, cambio climático, escenarios y riesgo

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Capítulo II Desarrollo regional, cambio climático, escenarios y riesgo
2.1 El modelo de desarrollo del siglo XVI
El modelo de desarrollo que nació en Europa a mediados del siglo XVI y que posteriormente alcanzó a
países como Estados Unidos y Japón, cambió la dinámica económica mundial; el desarrollo científico y
tecnológico transformó los procesos de producción, mecanizándolos, traduciéndose en una mayor
eficiencia en la utilización de los recursos naturales sin considerar su reposición o, en su caso, la
aplicación de estrategias de mitigación y mantenimientos adecuados, en especial en lo que respecta a los
suelos, el agua para usos agrícolas, industriales y domésticas, las superficies boscosas y los energéticos
(Urquidi, 1998). A principios del siglo XIX y hasta mediados del siglo XX el consumo de energía se
aceleró; los combustibles fósiles eran empleados exclusivamente en la industria, y g radualmente
comenzaron a introducirse en las viviendas urbanas permitiendo importantes mejoras en el bienestar de
la población. Tal consumo de energía no significaba ningún problema ambiental para las economías que
se encontraban en constante crecimiento, por el contrario, el creciente consumo de combustibles fósiles
era percibido como un indicador en el avance o retroceso de las economías de los países. En la actualidad,
los más ricos del mundo usa en promedio 25 veces más energía que los más pobres (González, 2007).
Fue así que el modelo de desarrollo de los países industrializados, se convirtió en el modelo a
seguir por el resto de los países, cuyo objetivo era alcanzar un desarrollo equiparable al nivel obtenido
por aquellos países que podían satisfacer plenamente sus necesidades y elevar el nivel de vida de la
población mediante la creación de empleos y aumento progresivo de los salarios (Gutiérrez & González,
2010) y debido a que el desarrollo económico y tecnológico alcanzado por los países industrializados se
construyó bajo un sistema industrial contaminante y agresivo con la naturaleza, basado en la utilización
masiva de la quema de combustibles fósiles es que actualmente nos enfrentamos ante uno de los mayores
problemas globales (Guimaräes, 1994).
De acuerdo con estudios de la CMNUCC, el cambio climático tiene una relación directa y
particular con el desarrollo logrado por los países industrializados de América del Norte, Europa
Occidental y Japón; en un mundo donde la energía por excelencia se basa en el petróleo y el carbón, la
quema indiscriminada de los mismos que tardaron millones de años en formarse y sólo algunos cientos
para consumirlos tiene un balance negativo para el ciclo del carbono (UN-HABITAT, 2011). Los
posteriores descubrimientos, tales como la energía atómica, los avances en bioquímica o en ingeniería
genética sitúan al planeta en un constante riesgo; visto desde esta perspectiva, la tecnología es percibida
como una amenaza constante sobre la naturaleza (Aledo et al., 2009), esto porque el desarrollo
económico y social en México ha contribuido al deterioro de los ecosistemas naturales, que se han hecho
vulnerables a los efectos del cambio climático; otro factor es la falta de acción inmediata a este respecto,
lo cual implicará costos mayores, y limitará el alcance de las medidas para contrarrestarlo en el futuro
(CONABIO, 2009; Galindo, 2010).
2.1.1 Auge del modelo agrícola mexicano
Entre 1910 y 1920 se establece un primer marco de desarrollo agrícola en América por ser la alternativa
geográfica de una Europa en guerra y es así que países como México se ven obligados a entrar en el
proceso de industrialización y mecanización de la producción agrícola, cuyo objetivo era producir más
cantidad y más rápido; no obstante, en ese periodo México vivía la Revolución Mexicana y la pugna por
la distribución villista de la tierra; el auge de la industria ganadera; las políticas económicas de Carranza
y los conflictos económicos angloamericanos (Womack, 2012).
Después del colapso del modelo primario exportador a consecuencia de la crisis 1929-1932, y las
profundas reformas realizadas durante el periodo Cardenista, se llevaron a cabo transformaciones
radicales con respecto al modelo de desarrollo predominante; donde es posible identificar tres etapas del
desarrollo agrícola: la primera etapa es la denominada "auge agrícola" que abarde 1940 a 1958,
periodo durante el cual la agricultura creció en forma irregular pero alcanzó una tasa promedio semejante
a la tasa de crecimiento de la economía en su conjunto, es decir, la participación de la agricultura dentro
de la economía nacional disminuía lentamente, donde se reflejaba en sus rendimiento los años agrícolas
climáticamente buenos o malos; de acuerdo con los datos publicados por Gómez (1995), en 1940, la
agricultura representaba 19% del producto interno bruto nacional mientras que para 1958 había bajado
solamente a 17%.
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De 1940-1970 se desarrolla en México el "desarrollo estabilizador" o como lo denomina
Carmona (1975) "El Milagro mexicano"; las bases de este modelo consistieron en estabilizar
económicamente al país, para lograr un desarrollo económico continuo, con la finalidad mantener la
economía libre de topes como inflación, déficit en la balanza de pagos, devaluaciones y demás variables
que logran estabilidad macroeconómica, bajo una política agrícola compensatoria basada en subsidios
fiscales (Carmona, 1973; Gómez, 1995).
El periodo en el que se manejó el modelo del desarrollo estabilizador abarcó los sexenios de
Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz; los propietarios agrícolas y
ganaderos en buena medida, pero también, en alguna proporción, a los campesinos (ejidatarios y
comuneros) organizados en la Confederación Nacional Campesina (CNC) se les ofrecía confianza y
garantías a la pequeña (y a la no tan pequeña) propiedad, precios de garantía, sistemas de
almacenamiento, crédito creciente en términos razonables (con tasa de interés subsidiada), extensas
tierras con agua asegurada (distritos de riego), apoyos de todo tipo para mecanizar y tecnificar los
cultivos. A cambio de ello, los campesinos se comprometían a trabajar y mantener seguridad y paz social
en el campo (Tello, 2010).
La segunda etapa del desarrollo agrícola en México comprendió de 1966-1981, la tasa de
crecimiento del sector agrícola era inferior a la tasa de crecimiento económico nacional que era
impulsado por la industria y el modelo de sustitución de importaciones. Sin embargo, 1966-1976 se
registró un periodo de estancamiento agrícola; y fue hasta 1977 que se estimuló de nuevo al sector
mediante inyección al gasto público destinados a obras de irrigación y drenaje, créditos agrícolas,
insumos (fertilizantes, combustible y electricidad) principalmente (Gómez, 1995).
Con respecto al manejo de la tierra, en ese mismo periodo de tiempo, se desmontaron grandes
extensiones de tierra, y se aprovechó la madera, la vegetación y se implantaron los sistemas
agropecuarios intensivos por todo el territorio. No obstante, enfrentar el manejo de las grandes
extensiones de tierra con mano de obra limitada, fue lo que obligó a recurrir a la mecanización intensiva,
y a la investigación de la industria química en dos vertientes: el control de plagas con pesticidas y los
fertilizantes para incrementar la productividad (Negrete, 2011).
La tercera etapa inicia en año 1982, con la instrumentación de un nuevo modelo o paradigma de
desarrollo denominado neoliberalismo, mismo que pondría fin a la fuerte intervención del Estado en
algunas actividades económicas en el país. En esa década arranca un ambicioso programa de
desincorporación de empresas públicas, desregulación de la actividad económica, y apertura del sector
financiero y en general de toda la economía; la apertura del comercio del exterior se consolidó con la
firma y entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1994 (Gasca,
2010).
A pesar de haberse logrado un crecimiento económico notable y sostenido durante el periodo en
que perduró el desarrollo estabilizado en México, la distribución de los beneficios fue desfavorable para
los sectores más numerosos de la población; persistió el patrón de acumulación de capital adoptado en
México a partir de la década de los años cincuenta lo cual generó grandes contradicciones que terminaron
por convertirse en limitantes para la continuidad del modelo de desarrollo implementado: la
concentración del ingreso, el desequilibrio externo y el déficit fiscal (Barkin, 1991).
Con respecto al TLCAN, Gasca (2010) menciona que los saldos han sido: la generación de nuevas
escalas de desigualdad regional debido a que el proceso de inserción a las inversiones foráneas y los
procesos de comercio en Norteamérica han sido desiguales y excluyentes en el territorio nacional.
En México, el sector agrícola ha sufrido una serie de cambios y adaptaciones a lo largo de los
años, tanto en las demandas del mercado y de la sociedad como por las modificaciones en las condiciones
de la tierra; el cambio de uso de suelo, la sobreexplotación de recursos naturales, el cambio en las
prácticas de manejo de las unidades agropecuarias y por la sustitución de cultivos o razas mejoradas,
entre otras causas ha dado como resultado cambios considerables en el paisaje, mismos que a su vez han
contribuido a modificar los patrones regionales de temperatura y precipitación; lo anterior realza la
necesidad de cambiar hacia prácticas de producción agrícola sustentables que a la vez permitan tener
una producción de alimentos y de fibras vegetales, sin poner en riesgo la conservación de recursos
naturales ni la diversidad biológica y cultural para las futuras generaciones (CONABIO, 2006).

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