El camino a la eternidad

AutorErnesto R. LanzAdalberto R. Szalay y Lorenzo Armendáriz

México es potencia cultural a nivel mundial con más de 5 mil años de historia, lo que ha devenido en tradiciones que han logrado preservarse en el tiempo.

Caracterizado por reunir doctrinas diferentes, el sincretismo mantiene ritos a través de los siglos que destacan por su desbordado colorido, profundo simbolismo y sentido religioso.

Dentro de estos rituales, uno de lo más importantes es el Día de Muertos: el momento justo para perpetuar a los seres queridos y personas irreemplazables que alguna vez formaron parte de nuestras vidas.

Y es en estas fechas cuando resaltan en el mapa los nombres de Ocotepec, Tlayacapan y la Huasteca Potosina, donde el festejo incorpora todos estos elementos para darle vida a una celebración que resurge con fuerza cada año y que, de forma original, se interna en el mundo de la muerte, la invitada de honor para regresar a compartir con los que en este mundo siguen sus días.

Tlayacapan un lugar para todos

En esta localidad sorprende el hecho de que haya un día para los "muertos niños", otro para los "muertos adultos" y un tercero para "los matados". El ambiente se ameniza con música de banda, como la que lleva el mismo nombre del pueblo (Premio Nacional de las Artes) y que, por cierto, hizo una recopilación de música fúnebre tan cimbrante como doliente.

Tlayacapan, a los pies de la cordillera que corre por el norte morelense, despliega en estos días un escenario que compite en originalidad con destinos más famosos, como Janitizio y Mixquic. Estampas mexicanas que se repiten a lo largo y ancho del País, sin importar si se trata de Yucatán, Veracruz, Oaxaca o Hidalgo.

El viaje puede complementarse con una visita a la panadería del pueblo para ver y deleitarse con los obsequios de su horno; el mercado, especialmente organizado para difuntos, donde abunda el cempasúchil y el yoloxochiotl, las flores de los muertos, así como cirios, copal y, desde luego, los brillantes sahumerios negros de alfarería.

También es digno de recorrerse el convento, que pareciera fortaleza, e ingresar a su museo, donde, por cierto, hay una momia en un hermoso ataúd decorado.

Como dato adicional, llama la atención lo que el urbanista Claudio Favier Orendain descubrió sobre el pueblo: su traza corresponde a la propuesta de Tomas Moro, y, como muestra, está su red de capillas. A raíz de ello escribió su libro "Ruinas de Utopía", dedicado a este rincón mexicano.

Adalberto R. Szalay.

· El cementerio se viste de luces y flores durante los...

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