Camellos y dromedarios

AutorTere Remolina

Fue en Egipto donde lo conocí. Su nombre era Emir. Sus ojos tristes bordeados de largas y lánguidas pestañas me conmovieron desde el primer instante. Había en ellos algo de orgullo y al mismo tiempo de reproche.

Al principio fue difícil la comunicación con él. Durante el trayecto varias veces volvió la cabeza y me miró fijamente a los ojos, sin embargo si yo lo llamaba por su nombre no daba señales de escucharme.

Una mañana lo encontré echado cerca de los otros camellos de la expedición.

- Emir -dije suavemente a su oído mientras mi mano acariciaba su largo cuello.

El camello pareció reaccionar, me miró con curiosidad y empezó a balar dulcemente.

Desde aquel día fue desapareciendo su timidez. Cuando quería llamar mi atención balaba suavemente. Yo entonces acariciaba su cabeza y su cuello.

Un día le pregunté:

- ¿Es cierto que hay camellos con dos jorobas?, tú tienes sólo una.

Es porque soy un camello de Arabia. Algunos me llaman dromedario- dijo levantando con soberbia la cabeza.

- ¡Creo que eres un animal maravilloso!

- dije contemplándolo de arriba a abajo.

- Y además orgulloso - añadí al notar su gesto altivo.

- Tengo razones -dijo misterioso.

- ¿Cuáles? -pregunté.

El bajó la voz como si temiera despertar a los otros y me dijo:

- ¿No conoces la historia? Hace mucho tiempo, por esta época del año, uno de mis antepasados acompañó a un mago hasta Belem. Atravesaron el desierto siguiendo una estrella que los guiaría hasta el lugar donde había nacido un niño, el cual, según...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR