La calle diario de un espectador / Un hombre serio

La primera y la última escena de la nueva película de los hermanos Ethan y Joel Coen son enigmáticas, difíciles de resolver. Al comenzar la cinta Un hombre serio, una mujer campesina, en Rusia durante el siglo XIX espera en su casa a su marido, en quien no confía mucho, porque lo cree ingenuo y tonto. Llega el esposo y ella lo increpa, aunque sin gritos, porque vendió más baratos los productos que llevaba al mercado; porque el carromato se averió, y porque invitó a la casa a un rabino conocido, en muestra de agradecimiento porque se detuvo en el camino a ayudarlo cuando el vehículo se descompuso.

Todo lo desaprueba la mujer, especialmente lo último: ¿es que no sabes que el rabino murió hace tres años? ¿cómo es que lo viste? ¡Claro que lo vi, se defiende el marido, y tu misma lo verás cuando venga a cenar. En efecto, el personaje llega y la mujer sospecha de él. Lo interroga para saber si es verdad que murió, él ríe porque le parece gracioso que dude de eso, puesto que está allí, dispuesto a comer. Pero la mujer está cada vez segura de que se trata de un aparecido. Y para probarlo hunde en el pecho del extraño visitante un punzón. Aunque sangra, y eso únicamente ocurriría en tratándose de un ser vivo, el rabino se siente descubierto y se va. Si es de verdad un aparecido, una alma en pena, eso significa una maldición para la casa que lo recibe.

Allí concluye la escena inicial, y a lo largo de la película ningún momento remite a ese comienzo, por lo que se supondría que se trata de un pegote y no de una charada que se resolverá conforme la cinta transcurra, salvo que el espectador imagine que se trata de antepasados de Larry, el protagonista de la película y que sobre él ha recaído esa maldición. Y es que, de pronto, como si lo diseñara un hado perverso, la tranquila (y...

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