El cabo austriaco que destruyó Europa

AutorMauricio Hammer

A mí me gustan los héroes negros.

¿Los africanos? No, negros, como se dice Magia Negra. Lindbergh es un héroe blanco, no me interesa.

Vaya a ver si es fácil atravesar el Atlántico dijo agriamente Bouxin Les expuse mi concepto de héroe negro Un anarquista resumió Lemercier Nodije suavemente, los anarquistas quieren a los hombres a su manera.

Sería entonces un trastornado Pero Massé, que tenía algunas lecturas, intervino en ese momento: Conozco su tipome dijo se llama Eróstrato. Quiso ser célebre y no encontró mejor medio que quemar el templo de Éfeso, una de las siete maravillas del mundo.

¿Y como se llamaba el arquitecto de ese templo? No me acuerdo confesó-, hasta creo que nunca se ha sabido su nombre.

¿De veras? ¿Y usted recuerda el nombre de Eróstrato? Ya ve que éste no había calculado tan mal. (. . . ) Hacía más de dos mil años que había muerto y su acto brillaba como un diamante negro.

Eróstrato de Jean-Paul Sartre

A lo largo de los años se ha acumulado en mis estantes una considerable cantidad de textos sobre Hitler y el nazismo. El tema ocupa, sin lugar a dudas, un lugar predominante entre mis intereses. Pero en esto, permítaseme decirlo, no estoy solo. Como lo demuestran las centenas y centenas de libros que sobre el tema aparecen cada año, el mundo está igual de obsesionado con el asunto en poco más de un lustro se han editado el impresionante volumen Los verdugos voluntarios, de Daniel Jonah Goldhagen; el fascinante Explicar a Hitler, de Ron Rosenbaum; El Papa de Hitler, La historia secreta de Pío XII, de John Cornwell, e IBM y el Holocausto, de Edwin Black, por sólo mencionar los que más revuelo han causado. Claro que la lista, como el tema, es inagotable. Pero, además, el análisis y exposición de cualquier arista de este complejo y espantoso pasaje de la historia que fue el nazismo y de este intrigante monstruo que fue y sigue siendo Hitler, sacan a la luz, a su paso, toda una serie de nuevos hechos que a la postre reclamarán un análisis para sí mismos.

La fascinación del fascismo de la que hablaba Susan Sontag en su espléndido ensayo de 1976 acerca de Leni Riefenstahl, pasa desde luego por la fascinación por Adolfo Hitler, un advenedizo, un granuja que se las arregló en pocos años para hipnotizar a su país y poner a Europa de rodillas. ¿Cómo entender la extraña combinación de rasgos de carácter que permitieron a este hombre de la clase media baja, sin mucha educación, convertirse en el más temible dictador de todos los tiempos, asesino implacable de judíos, gitanos, polacos y rusos, perseguidor de artistas e intelectuales, responsable en gran medida del enorme sufrimiento del mundo de la posguerra, de la división de Alemania, del ascenso de Franco y del surtimiento de los dictadores comunistas del este europeo, entre otras muchas calamidades? Ron Rosenbaum, en su ensayo subtitulado en inglés La búsqueda de los orígenes de su maldad, y que es una apasionante pesquisa detectivesca intenta desentrañar, desmontar, trivializar el mito de Hitler...

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