Cómo llegar a la Casa Blanca

AutorDiego Beas, José Loyola y Zoé Robledo

Hillary ante la historia

Diego Beas

La carrera política de Hillary Clinton se remonta décadas. Más de cuatro para ser exacto. Ya con 17 años, allá en 1964, formaba parte de las bases del Partido Republicano y apoyaba las aspiraciones presidenciales de Barry Goldwater. A ello le seguirían años de estudio en un bastión liberal de la costa este, un cambio radical de filosofía política y un matrimonio con uno de los políticos más talentosos de su generación.

Pero, por encima de cualquier elemento de su biografía, la carrera de Hillary Rodham Clinton tiene un ingrediente con frecuencia olvidado que la ubica en el ámbito de lo revolucionario, lo estremecedor, de un rompimiento social de dimensiones mayúsculas. "El dinamismo social", decía Clinton en un discurso en su época universitaria, "es una función del cambio... y el cambio es producto de la discusión en el proceso de toma de decisiones".

"Mientras los estudiantes se iban a las barricadas -durante el '68-", comenta un artículo del New York Times que analiza los inicios políticos de la senadora, "Clinton hacía trabajo comunitario, formaba paneles de discusión política y se involucraba en comités". "Siempre se comprometió a trabajar desde dentro del sistema", afirma una compañera de la época. ¿Qué era aquello que se proponía la ex primera dama a tan temprana edad? Romper uno de los techos de cristal más imponentes y condicionantes de todos: el que ha mantenido apartadas a las mujeres de los procesos de toma de decisión política a lo largo de la mayor parte de la historia. Consciente, o quizá no, Clinton, desde el inicio de su carrera política, ha intentado demostrar no sólo que puede hacerlo igual de bien -o mejor- que cualquier hombre, también ha luchado por dejar claro que el pacto social se vería enormemente enriquecido si la mujer se incorporara plenamente a las decisiones de gobierno al más alto nivel.

En parte esto es lo que explica el difícil momento por el que atraviesa su candidatura. Por un lado, tiene un formidable rival (que representa toda otra serie de hitos históricos) que nunca vio venir y al que sin duda subestimó en un principio (cuando su estrategia giraba en torno a la inevitabilidad de su candidatura); por otro, la prensa y diversos intereses enquistados en el sistema político no han dejado de sabotearla y atacan su candidatura por lo chocante que les resultan los símbolos políticos que representa (rompimiento, insubordinación, cambio).

¿Qué necesita para ganar la nominación? Lo separo en dos rubros. Uno estrictamente táctico y otro estratégico.

El primer caso es muy claro: ganar Texas y Ohio el próximo 4 de marzo y Pennsylvania el 22 de abril (hasta ahora los sondeos la favorecen por amplias mayorías en los tres estados). ¿Qué requiere para lograrlo? Mantener el voto de las mujeres en los tres estados, el de los hispanos en el primero, el de los obreros en el segundo y lograr una proporción más alta de votos entre los hombres blancos en el tercero. De ser éste el caso, llegaríamos a mayo con un empate en delegados que las primarias restantes no resolvería. ¿Qué pasa entonces? Entran los súper delegados, una figura del Partido Demócrata diseñada para romper un empate entre los pledged delegates (aquellos elegidos popularmente a lo largo de las primarias y caucuses). De tener que recurrir a este mecanismo los demócratas corren el riesgo de dividirse y quedar atrapados en las arenas movedizas en las que se podría convertir el proceso interno.

En lo segundo, en lo estratégico, Clinton está exigida a jugárselo todo. ¿Qué quiere decir esto? Después de casi 45 años de participar activamente en política y de transgredir lentamente los dominios políticos masculinos, sólo le resta uno que valga la pena. Clinton necesita afilar navajas y olvidarse de la corrección política; volver a centrar el discurso (y el debate) en su conocimiento de Washington e insistir en que sólo desde allí surgirá la posibilidad real del tan ansiado cambio. Esto, aunado a jugar con mayor determinación la carta de ser mujer (hasta ahora lo ha hecho con cierta ambivalencia): no se trata de pedir el voto simplemente por serlo, pero sí por lo que significaría y cambiaría el que una mujer con su trayectoria se convirtiera en la persona más...

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