Buenas tardes a las cosas de aquí abajo

AutorAntónio Lobo Antunes

-¿Una semana dónde?

mi madre ayudándome con la maleta

-¿Luanda?

yo un rabo, un ojo peludo, un cuerno, rascando el entarimado con los cascos antes de que mi madre, quejumbrosa

-La alfombra

arrugada por mi padrastro al cambiar la silla, mi madre estirando los flecos

-Ten paciencia, levántate

explicándoles, a ella y a Cláudia que dejó de desvestirse, sentada en la cama frotándose un pie con el otro

(dentro de poco la corneta en la plaza, dentro de nada los capotes)

-A Luanda a poner en orden a un individuo que está perjudicando al Servicio, cuestión de tres días cuatro días a lo sumo

mi ojo peludo, mi rabo, mi cuerno, una de las rodillas que me cuesta doblar, el director documentos que ondulan, se estremecen

-Fíjese en esto, Seabra

me rehúyen si los alcanzo me rehúyen y aplausos y música, no tres ni cuatro días, cinco años, no tuve ocasión de escribir, madre, no pude telefonearte, Cláudia, palabra que lo pensé, disculpa

mi madre que revisa la alfombra buscando motas invisibles, alisando una arruga, Cláudia que me impide sentarme en la cama a su lado

con el comienzo de las lluvias el girasol más presente, zumbando, lo sacudo y mosquitos, no son banderillas, son mosquitos los que hieren mi cuello, me acomodo en el peldaño del balcón y el perro salta del susto, supone que voy a pegarle tal como supongo que una de estas noches me visitarán, un segundo toro idéntico a mí

-Nos recomendaron su nombre de arriba, Miguéis

igualmente obligado a avanzar, mugiendo de pavor, por trapos coloridos con registros de llamadas telefónicas, diagramas, formas geométricas pentágonos, triángulos

a las que llaman cuartel, ministerio, policía

-Miren, aquí tenemos Luanda

un cuadradito insignificante en uno de los extremos del mapa, no el buzón inútil, cerca de la fortaleza

(y el mar a la izquierda de ese tal Miguéis, el mar abajo siempre a la izquierda) la hacienda, esta construcción colonial, los hijos del delegado regional que me observan con pena, yo presenciando la llegada de Miguéis sin levantarme siquiera, la parada del jeep, que traqueteaba desde la aldea, encallado en el sendero, el recuerdo del director -¿Distraído, Miguéis?

que lo obliga a comprobar la pistola, sus pasos cada vez más comodoro alentándolo

-Muy bien muy bien

yo alzando la botella en un brindis o en una invitación, él vacilante y sin embargo la corneta de la plaza, los aplausos, entreveía su rabo, su cuerno, su ojo peludo al mismo tiempo que Miguéis entreveía mi rabo, mi cuerno, mi ojo peludo...

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