Brillan Vega y Rincón

AutorGuillermo Leal

La juventud y el temple del español Salvador Vega, combinado con la maestría del colombiano César Rincón hicieron de la segunda corrida de la Temporada Grande, una tarde triunfal que apasionó a los 18 mil espectadores que ayer acudieron a la monumental capitalina.

Más allá de las dos orejas que cortó Vega, y la que le concedieron al maestro Rincón, incluso el benévolo apéndice que le dieron al joven mexicano Leopoldo Casasola, el público disfrutó de principio a fin una corrida en la que se lidió un buen encierro de Xajay, destacando por su bravura los lidiados en primero (para rejones), segundo, sexto y séptimo.

Lo del malagueño Vega, quien confirmó alternativa vistiendo de terciopelo y no de seda como es la costumbre, fue una grata sorpresa para el público que no sabía nada de él, sin embargo fue el propio español quien dejó muy claro que es un torero para México.

El temple, la suavidad y profundidad de su toreo lo llevaron a realizar un par de faenas largas y emotivas con dos de los mejores toros del encierro. Bajó la muleta, estructuró sus faenas y convenció. Con el capote, en el sexto, dictó cátedra del toreo a la verónica.

Después de haber cortado la oreja en su primero, que lo revolcó sin consecuencias graves, al séptimo le cortó otra que hubiesen sido dos de no ser porque la espada salió por el costillar derecho. Su triunfo fue rotundo y la salida en hombros merecida.

Lo de César Rincón se cuece aparte, la maestría y el poder de su muleta se dejaron ver en la México, tanto con su primero que tuvo bravura, pero era muy tardo, y con el que lució al torear por naturales, así como en su segundo al realizar a un manso, una de las faenas más emocionantes de hace muchos años.

El toro se fue a tablas, Rincón lo dejó y cuando ambos llegaron a toriles, ahí el animal se tuvo que doblegar ante el torerismo del colombiano que se lo pasó una y otra vez por delante, estructurando una faena que parecía imposible realizar.

Por ello el maestro cuando dejó media estocada, recibió una oreja más que merecida.

Leopoldo Casasola no tuvo suerte con su primero que fue manso; sin embargo en su segundo, sexto de la tarde, un animal bravo, el mejor del encierro, le perdió el respeto y por ello fue revolcado de fea manera, quedando inclusive inconsciente.

Se fue a la enfermería, salió de ella, ligó algunos atrabancados muletazos, lo mató de una buena estocada y el juez, con mano blanda, le soltó el apéndice que tuvo que devolver ante las protestas del público...

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