Bodorrio a la mexicana

AutorDiego Isunza

Hacen falta un par de valientes enamorados para reunir en gran festejo a las personas más queridas y celebrar a ritmo de mezcal, huapango y comilonas la unión que, si Dios quiere, se mantendrá hasta la muerte los separe.

Casarse no es cosa fácil, pero cuando se trata de una boda tradicional en México, del norte hasta el sureste, se vuelve tarea de todos hacer inolvidable el magno evento.

Amigos, primos y tíos se unen en esfuerzo comunitario para que nada falte desde que los panaderos metan a los hornos los marquesotes -panes dulces de masa porosa-, que se enviarán a casa de los distinguidos familiares a modo de invitación.

Aquellos que trabajan en las granjas irán cuidando, con tiempo, a sus más preciados ejemplares para que las cocineras zacatecanas preparen con cerdo recién sacrificado y chile colorado, negro o guajillo, el exquisito asado de boda; o los vecinos yucatecos sazonen con las naranjas más frescas la cochinita pibil que, en titánica labor, se entierra un día antes de la celebración.

Otros, en Ixhuatlán de Morelos, Veracruz, cultivan con precisión la caña para prensarla y extraer la miel que, una vez seca, será el piloncillo que endulce los postres de la fiesta y que, con unos cuantos días de fermentación y varios grados de alcohol, será el aguardiente que anime a bailar al compás de la banda hasta al más aburrido.

Los padrinos del lado del novio procurarán las tareas más arduas, como la matanza del chivo, el buey o el cerdo, y serán responsables de que en el banquete no falten las tortillas recién comaleadas para abrazar el mole que, con los más variopintos ingredientes, es protagonista de las bodas en toda la República.

Cochito al horno, en Chiapas; albóndigas y dulces de papaya, en Puebla; barbacoa, en Hidalgo... cada...

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