En boca cerrada / Los muertos al pozo y los vivos al gozo

AutorClaudia de Icaza

Un edicto como el publicado en un diario de Morelos, donde se convoca a todo aquel que cree tener algún derecho sobre la fortuna de Joan Sebastian, vino a recordarme que siempre habrá un vivales buscando sacar ventaja de los bienes de un difunto.

"¿'Ontá' mi herencia?", de seguro se presentará un hijo balín no reconocido. "¿'Ontá' mi recompensa?", llegará exigiendo la concubina, la amiga cercana, esa personita "noble" y "servicial" que, "desinteresadamente", estuvo al pie de la cama del enfermo.

Lo cierto es que todos van a querer cobrar la breve o larga participación que tuvieron en la existencia de quien ya no está aquí para presenciar el desmadre ocasionado por su legado. Bien dicen por ahí: "El dinero es el estiércol del diablo".

¿Qué diría don Ernesto Alonso si supiera que ese departamento que habitó y dio en vida a su nieta Mary fue puesto en venta por la heredera de sus otras propiedades, y sin previa autorización de la auténtica dueña?

¿Cómo reaccionaría Mariana Levy al saber que de esos millones ganados con su trabajo y dispuestos para ser entregados a su hija María al momento de cumplir su mayoría de edad, únicamente queda la cantidad de 700 mil pesos?

¿Para qué hacer el gasto de un testamento, si pocas veces se cumple con la última voluntad de una persona? ¿De cuándo acá tanta legalidad, si el más vivo es quien se encarga de repartir y quedarse con la mayor parte?

Ni siquiera veo necesaria la formalidad de invitar públicamente a los interesados en recibir un reconocimiento económico: siempre son los primeros en llegar al menor movimiento, y no precisamente hecho por el muerto.

Retomando el asunto de un artista que sí generó harta lana, como "El Rey del Jaripeo", ya salió la primera inconforme reclamando lo que dice le pertenece por derecho: Érica Alonso va derecho y no se quita del camino que la llevará a gozar de las abultadas regalías del cantautor.

Tengo el sospechosísimo de que está emulando a la...

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