Desde Mi Ladera/ Biografía tapatía

AutorJuan López

De santos y más santos...

Don Juan González Villaverde se crío en el colegio de San Angel de padres carmelitas, en donde se dio tanto a la virtud que aprendió de memoria toda la obra de "La Noche Oscura de San Juan de la Cruz", la que en su vida supo practicar, para lograr el día más claro de la bienaventuranza.

Desde que se trasladó a Guadalajara, en la familia del ilustrísimo señor Galindo, renunciando a conveniencias del obispado, se pasó al santuario en donde procuró esforzar y llevar al cabo las ilustres congregaciones que se trataban de establecer, porque aunque ya la de felipenses estaba fundada con la autoridad ordinaria le faltaba la confirmación de la sede apostólica, la autorización que dicho don Juan González consiguió del Papa Clemente XI, por la bula expedida a 5 de abril del año 1702, con el pase del supremo consejo: procuró dicho don Juan fomentar al oratorio, por parecerle más fácil su complemento por el mayor número de eclesiásticos que se inclinaba a su instituto, y ser pocos los que seguían en el de oblatos; opúsole don Gregorio de Gotilla, alegando ser la casa fabricada para oblatos, a cuya congregación donó el cabildo el sitio, y no a los felipenses, quienes sólo tenían en dicho sitio una capilla en que practicaban los ejercicios del oratorio.

De admirar era ver litigar a estos dos venerables varones en todos los tribunales, cada uno con santo fin, por los dictámenes que formaban de ser su pretensión más útil al bien público y de la mayor gloria de Dios; litigaban sin que dejasen de vivir juntos, y de esmerarse en la recíproca correspondencia y atención al cumplimiento de ambos institutos.

Era don Juan González en todas facultades muy versado, y así tuvieron todos parte en sus continuas tareas, unos desengaños que le oían en los púlpitos, claridad de doctrina en las cátedras, discreción en los confesionarios, norma en la dirección, luz en las dudas y escrúpulos, y los pobres socorro en sus limosnas, porque daba cuanto tenía, y él se vestía tan pobremente, que no usó lienzo, sino de unos túnicos y sus hábitos de lana y remendados; tampoco usó colchón para...

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