Bartók: Nacionalismo y palindromas

AutorGerardo Kleinburg

Nadie en su sano juicio puede objetar la presencia de los cuartetos de cuerda de Belá Bartók dentro de un recuento de las obras musicales del siglo. Acaso lo más difícil (y cuestionable) al referirse a este notable corpus camerístico del Siglo 20 sea no hacerlo como una sola obra magna, elegir -pues- uno solo. Probablemente, incluso, habría que proceder de esa manera; sin embargo, para fines prácticos dentro de la caprichosa y desordenada enumeración realizada en este espacio, y admitiendo que todos ellos juntos conforman la cúspide creativa de este músico enorme, me inclino por el Cuarto. ¿Por qué? Porque sí, porque al momento de redactar este texto lo escucho, porque tal vez sea el que más directamente me habla y me sacude, por estar dotado de todos los atributos que hacen grandes a sus colegas y además poseer una claridad estructural, una transparencia emotiva mucho mayores.

Sí, muy probablemente pudiera considerársele como uno de los cuartetos "fáciles" dentro de los "difíciles", como uno de los "asequibles". Y tal vez en ello estribe su mayor virtud: en el Cuarteto de Cuerdas No. 4 podemos escuchar al más elaborado y radical de los bartóks, pero con una capacidad sintética ejemplar, con un esfuerzo y rigor de decantado impecable. (Ojo, no confundir esto con la concisión, característica esta última más propia de su antecesor, el Tercero). Así, en esta obra de 1928, el músico húngaro se ve obligado a tomar decisiones y partido. Muchos años llevan ya sus "recopilaciones científicas" de la música popular húngara de la preguerra (o sea, rumana, húngara, transilvana y un surtido etcétera) al lado de Kodály, muchas ponencias, conferencias, mesas redondas y ensayos acerca de nueva y vieja música húngara están detrás, muchos ataques y respuestas anteceden este periodo ya de madurez creativa absoluta.

En el fondo, Bartók sabe que no ha hecho nada nuevo. Desde que la llamada "música culta" existe no ha dejado de darse sus escapaditas nocturnas para procrear con su irresistible, menor, desaliñada y campesina concubina popular. A veces de manera auténticamente furtiva y penosa (como en Renacimiento tardío y el Barroco inicial), a veces con propósitos irreverentes y de autoafirmación individual (Beethoven), en otras con un trasfondo político claro (Chopin, Liszt...), las menos -hay que reconocerlo- con la "pureza" musical, entendida ésta como verdadera absorción y reprocesamiento estético, de un Mussorgsky o un Brahms, por ejemplo. Bartók detestaba...

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