Bajan del altar al Hijo de Dios

AutorJavier Sicilia*

Hasta mediados del Siglo 20, la figura de Cristo se abordó siempre dentro de los límites establecidos por la revelación y la teología. Fuera de las herejías del pasado y de un breve escándalo, el de Ernest Renan que, bajo el entusiasmo del positivismo, puso en duda no sólo la divinidad de Jesús, sino su existencia histórica, la figura de Cristo se mantuvo dentro de las interpretaciones dadas por la Iglesia. Después de que teólogos e historiadores refutaron a Renan, nadie, al menos a nivel público, se atrevió a pensar a Jesús fuera del ámbito acotado por la revelación. Dos mil años de culto divino hacen a una figura inaccesible al territorio de lo puramente humano.

Aun en pleno Siglo 20, cuando los novelistas (esos seres que no conocen límites cuando se trata de narrar la vida) tocaban los temas evangélicos (pienso, por ejemplo, en Barrabás, de Pèr Lagerkvist; en Judas, de Lanza del Vasto; en Figuras de la Pasión, de Gabriel Miró), Cristo aparece como una tenue presencia divina que ilumina el drama.

Hubo que esperar la llegada de Nikos Kazantzakis y de La última tentación para encontrar a Cristo no sólo como personaje central de una novela, sino viviendo y actuando fuera de los límites de la interpretación teológica. Desprovisto de su conciencia divina, llevado al terreno en que lo humano busca elevarse por encima de sus límites, La última tentación funda, no la desacralización de Cristo, sino la reflexión de su humanidad entre nosotros.

Lo que Kazantzakis hizo fue llevar la encarnación de Cristo hasta su extremo más humano para, bajo esa luz, pensar nuestra propia humanidad. Griego ortodoxo, enfrentado a un drama fundamental, el del paganismo griego y su culto al cuerpo, y el de un cristianismo que sospecha de él y enaltece una ascética de la negación, Kazantzakis logró en La última tentación no sólo conciliar el drama de su propia vida, sino presentarnos un Cristo ajeno a la revelación, pero conmovedor en su humanidad, tremendamente cercano al hombre de hoy.

A partir de entonces, la figura de Cristo se volvió accesible a la novela. En México, Vicente Leñero logró, con El evangelio de Lucas Gavilán, llevar a Cristo a los arrabales del México contemporáneo y hacerlo vivir entre los olvidados de hoy. Su Cristo, a veces burdo, como corresponde a alguien que tiene que transformar un mundo duro y procaz como el de los arrabales mexicanos, está lleno de una cercanía que lo hace entrañable.

Con el surgimiento de la posmodernidad y el camino...

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