Azar y nada

AutorJosé Homero

De sensibilidad prohijada por las bodas del ritmo y de la imagen, Mauricio Montiel ha acometido una paciente y meticulosa obra. Adolescente por su bienvenida a todas las influencias, esta escritura se signa errabunda, nómada, más que volátil, inquisitiva e incómoda ante todo esfuerzo de certidumbre. Como en pocas de nuestras regiones literarias, el espacio, la arquitectura, la geografía y sus instancias vecinas, la climatología muy señaladamente, asientan un basamento narrativo. La penumbra inconveniente (El Acantilado, 2001) recurre a la estratagema del editor, tan arraigado al barroco español y discípulos hispanizados -pienso en Hoffmann, en Potocki-, conversa con piezas señeras del hallazgo apócrifo -el Diario del Nautilus de Muñoz Molina, Los libros de la sangre de Clive Barker, la libreta hallada en el metro de Cortázar- y propone un exacto mecanismo relojero: relatos que sólo se explican mediante otros, citas pertenecientes a relatos posteriores, identidades especulares.

Crónica vital de una geografía, esta suerte de novela por entregas se urde mediante relatos autónomos cuya relación muestra la fundación y el hundimiento de una ciudad, desde la instauración en los perímetros hasta el apocalipsis. Uno de los personajes, Santiago, espurio descendiente de Bartleby, será el amanuense que espera a los bárbaros en el desierto de los tártaros, el padre del burócrata con nostalgia de la rebelión en la ciudad gótica nevada con reminiscencias de Batman, un lejano pariente nominal del arquitecto consumido en una construcción al abismo sobre la identidad del creador y la creatura... Como un personaje de Borges, podrá decir que es todos y ninguno, condenado a perpetua búsqueda de la mujer amada, encarnación del Eterno Femenino, que se escabulle, se transforma, no se entrega y al final incluso desaparece.

La ciudad, significativamente anónima, admite y permite la ambigüedad del título del cuadro de Hopper que detona del mecanismo narrativo: la aproximación a una ciudad. Acercamiento como vislumbre. El poeta Montiel, que ya había compuesto atmósferas y motifs (sí, como en la música) semejantes en Mirando como arde la amarga ciudad (UNAM, 1994), lega una indeleble imagen: la ciudad desde lontananza, cuerpo resplandeciente, diadema lumínica, destello (apenas) en el desierto que resguarda el vigía bartlebiano; la galaxia distante, moderna y multitudinaria, que los profesionistas atisban desde las ventanas de sus casas suburbanas; el territorio sitiado...

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