Vinos/ 'Autodumping' nacional

AutorRodolfo Gerschman

Aunque han pasado semanas, siento que han quedado algunos temitas que son como coletazos del último viaje a Baja California y que no fueron tratados en su debido momento por su servilleta. Por ejemplo los que tuvieron que ver con las insignes idas y vueltas que un grupo de aterrados defeños cubiertos de tierra dimos por los caminos de terracería que llevan a las bodegas emergentes del Valle de Guadalupe.

Aquí los caminos que se bifurcan no están en ningún jardín de Borges, sino en el pueblo de Francisco Zarco, lugar donde se une la carretera asfaltada que va de Tijuana al Valle de Guadalupe vía Tecate con la otra asfaltada que viene también de Tijuana vía la costa o vía Ensenada, dependiendo de cada quien y de sus manías para viajar. Ya les hablé la vez pasada de Zarco como encrucijada del universo, así es que no insistiré en el tema.

Ahora, más bien, quería situarlos en ese círculo que comienza a partir de cualquiera de los extremos para llegar al mismo punto del inicio: Tijuana. Domecq y L.A. Cetto, las dos vinícolas más antiguas del Valle de Guadalupe, tuvieron la suerte o el acierto de situarse en ese circuito y les ha tocado el asfalto, mientras que al resto les tocó el camino de terracería que alguna vez, en algún futuro que no esperen demasiado cercano, debería empalmar también con la carretera que circunda la costa.

Me dicen que para ello esa amplia y polvorienta vía necesitaría prolongarse apenas 10 kilómetros más. Aunque no me consta, estimo que el tramo faltante es mucho mayor si lo medimos en términos del tiempo que tardará en pasar de quimera a realidad. Nomás para darles un caso, el mío, que tampoco es muy significativo dado que mis unidades de tiempo todavía no rebasan años y décadas, vengo oyendo hablar de ello desde hace ya unos seis años y todavía no veo ni asomo del parque de maquinarias que suele aparecer cuando algo se va a construir.

Si llegara a suceder algún día, año o siglo, el Valle de Guadalupe estaría en condiciones de convertirse en una especie de Napa Valley, con visitas a bodegas, altos en restaurantes, cafeterías y hasta discotecas, pues sería incitación segura para los miles de gringos que frecuentan la costa, ávidos de encontrarle nuevas atracciones a sus periplos bajacalifornianos.

Por el momento, sólo llegan a las bodegas, con premeditación y alevosía, quienes tienen un interés focalizado en el vino. Para visitar algunas como Adobe Guadalupe, que por cierto vale la pena, se deberá recorrer cerca de 10...

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