Atrapando Reflexiones y Balones/ 'Toallas'

AutorFélix Fernández

Esa mañana fría y catalana, entre la división del invierno y la primavera de marzo, decidí tomar un tren hacia Los Pirineos con las escasas pesetas que tenía en la bolsa. Mi viaje había cambiado súbitamente al momento de asimilar el robo de mi back-pack en un youth hotel de Barcelona. Nadie supo nada ni tenía por qué saberlo; la realidad es que mi novatez viajera pagaba su derecho de piso y en ese pago se había incluido hasta mi boleto de avión para regresar a Estados Unidos.

Sentado en una mesa de aquel albergue me negué a renunciar. Los planes de mi viaje cambiaban radicalmente, pero no regresaría a México sino hasta la fecha original planeada; es decir: un día antes de la inauguración de la Copa del Mundo México '86; para eso faltaban tres meses. Así que sin ninguna razón en especial, me dirigí hacia Andorra, enfrentando un nuevo y diferente viaje a más de medio año de haber salido de casa. A solas viajaba y a solas resolvía mis conflictos; supongo que las imponentes montañas nevadas eran una buena ayuda para asimilar el inicio de una etapa con muy poco dinero, sin equipaje y sin más ropa que la puesta.

Llegué caminando a la pequeña y hermosa Andorra desde la población española más cercana, Seu de Urgel, donde pasé la noche refugiado en una caseta telefónica. Recorrí toda la ciudad durante el día y llegada la noche, mientras me preparaba una torta, conocí a una turista sudamericana con la que platiqué por horas. Al final me invitó a pasar la noche en su habitación de hotel, el Hotel Montserrat Andorra.

A la mañana siguiente me despedí llevándome una toalla de 80 x 40 cms. del cuarto, una toalla que serviría el resto de mi viaje para secarme, limpiarme, taparme y protegerme; una toalla blanca con una franja amarilla que lleva 14 años junto a mí; pero que esta temporada incluí en mi portería, visitándola 10 ó 15 veces por partido; entrando y saliendo de la cancha en su compañía; extendiéndola y lavándola después de cada batalla, de cada derrota que cubría mi cara o de cada victoria que me hacía agitarla.

Durante el Mundial de Estados Unidos '94, todos los jugadores participantes recibimos infinidad de regalos (que no sobornos) por parte de FIFA, de las federaciones de cada país, de particulares o de nuestros patrocinadores. La mayoría de estos presentes eran artículos de mero tránsito por nuestras manos y lo mismo tardaban en llegarnos que nosotros en regalarlos; principalmente eran objetos promocionales de tantos patrocinadores oficiales...

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