Atrapados por el miedo

AutorCarolina Rocha Menocal

¿Cómo reaccionar?

Esa mañana vi el rostro de quien lo ha perdido todo producto de un huracán o de una catástrofe natural que arrolla cuanto está a su paso, para cambiar vidas, sin anuncios o indicios. Así se veían mis compañeros de clase, en ese anfiteatro neoyorquino de la calle de Broadway y Grant, a tan sólo unos metros de donde estaban por derrumbarse las Torres Gemelas de Wall Street, hace tres años.

Pasmados e incrédulos, observaban cómo ardía en llamas el centro de una de las dos torres. El silencio y las lágrimas se hicieron de ese cuarto, donde en un enorme monitor de televisión, varios aspirantes a chef, verían resquebrajarse piso a piso todo su sentido de seguridad, justo en el instante en que cayó el primer edificio.

Muy temprano, ese 11 de septiembre tomé el metro desde la 125th. hasta Houston Street, en Manhattan. Caminé las 12 cuadras de rigor, hasta internarme en la academia de cocina en la que estudié cerca de un año. Cuando clavaba el cuchillo en uno de los pescados inertes sobre mi "estación" de trabajo, el encargado del almacén corrió a mi encuentro. En español portorriqueño me arrastró hasta el ventanal del comedor en la sala contigua, donde usualmente servíamos nuestras novatadas. Delante de mí lo increíble, pero posible: un boquete incandescente crecía dentro de una de las Torres.

"Qué especie de junorciete o clon de JKF junior, se habrá estampado dentro de la torre", pensó mi mente mexicana. Mis compañeros gabachos ni especulaban. Observaban, hasta que el chef se los permitió. Muy bien portaditos regresaron a la cocina en cuanto les fue solicitado. Los que venían entrando de las calles sí traían versiones: algo similar había sucedido en el Pentágono -y yo pensando en la figurita geométrica, nada relacionado con mi soberano Campo Marte.

Pero nadie se movió. Se sentaron a escuchar las instrucciones diarias respecto a los platos que se servirían ese día, mientras en el ventanal de al lado se consumía por dentro el edificio en el que probablemente trabajaba el amigo del amigo, qué sé yo. Esperaban atentos las instrucciones del encargado de sus estudios, de su voluntad y de sus reacciones. Simplemente no estaban acostumbrados a San Juanicos, temblores y otros desastres tercermundistas. Por eso, los latinos parecíamos fuente de desorden. A mí me daba por correr. Pero ante mi desconocimiento del fenómeno del terrorismo -en eso andábamos iguales aquellos y ésta que escribe- subí al auditorio al que se nos convocó, luego de...

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