Atlas de Literatura Latinoamericana

AutorAntonio Ortuño y Ana Gallego Cuiñas

Con autorización de Nórdica Libros, publicamos dos de los textos del Atlas de Literatura Latinoamericana (Arquitectura inestable). Edición de Clara Obligado. Ilustraciones de Agustín Comotto.

Jorge Ibargüengoitia, nuestro escéptico de guardia

Antonio Ortuño

Jorge Ibargüengoitia (Guanajuato, 1928-Mejorada del Campo, 1983). Escritor y periodista. Considerado uno de los más agudos e irónicos de la literatura hispanoamericana y un crítico mordaz de la realidad social y política de su país. Su obra abarca novelas, cuentos, piezas teatrales, artículos periodísticos y relatos infantiles. Falleció cuando se estrelló el vuelo 11 de Avianca en 1983 cerca de Madrid (España).

Antonio Ortuño (Zapopan, 1976). Narrador y periodista. Ha obtenido el Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, el Premio de Cuento Hispanoamericano Nellie Campobello y el Premio Cuatrogatos de literatura juvenil. Sus obras se han traducido a media docena de idiomas. Es columnista en la edición americana del diario El País. Su novela más reciente es Olinka (2019).

La obra y figura de Jorge Ibargüengoitia guardan una singularidad que mueve al entusiasmo. El rasgo más notable de esa peculiaridad es su prosa, implacable en la sátira y la ironía, y, a la vez, diestra en la creación de espacios y atmósferas. Pero también importa su condición de desmarcado, de conciencia autónoma y al margen de los ires y venires del calenturiento siglo XX latinoamericano. Imposible confundir a Ibargüengoitia, por estilo o posturas, con los santones literarios de su época. Fue el escéptico de guardia en un mundo de militantes de un bando o de otro.

Conocí los libros de Ibargüengoitia a finales de la década de 1980, siendo yo un chamaco. Mi hermano compró en el supermercado la novela Estas ruinas que ves, una mezcla de comedia sentimental (y sexual) de enredos, roman à clef sobre la intelectualidad de provincias, y nostálgica evocación de una capital regional y sus pequeñas mitologías. Vi a mi hermano riéndose a carcajadas al leer, así que tomé el ejemplar del estante en cuanto él lo dejó. Y algo cambió mi vida. Ese libro (y los que vinieron, porque me lancé a conseguir todo lo que pude del autor hasta completar su bibliografía) me demostró que México era un escenario literario espléndido, que el lenguaje coloquial podía ser la pasta de la gran literatura, que la mordacidad era una forma de estar en el mundo. Nunca me he sentido tan en casa leyendo a nadie más.

Importa, pues...

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