Sobre el asco en la moralidad.

AutorL.F. Salles, Arleen
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Los avances de la tecnología biomédica --desde la clonación de mamíferos y la investigación con células madre embrionarias hasta la creación de quimeras-- han desatado una serie de controversias que giran en torno a la relevancia científica de estas prácticas y sus implicaciones morales, políticas y sociales. Estos avances también han revitalizado indirectamente una polémica dentro de la filosofía moral sobre el papel sociomoral que pueden desempeñar emociones negativas como el asco. En la discusión moral sobre la clonación, por ejemplo, o sobre la creación de quimeras, sus críticos frecuentemente invocan el carácter repulsivo de la práctica en cuestión (Cohen 2007, pp. 120-123). La clonación, nos dicen algunos, nos "enerva, nos da asco, nos horroriza, nos irrita" (Miller 1998, p. 81), y tal repulsión, según otros, constituye una especie de "alarma moral [...], expresión emocional de una sabiduría profunda, mas allá del poder de la razón de articularla" (Kass 1997, p. 20). Por ello consideran importante que los científicos continúen sintiendo repugnancia ante la idea de seguir adelante con sus in vestigaciones, "aun si no pueden articular sus razones" (Callahan 1997, p. 19).

¿Se puede asignar al asco algún tipo de papel moral?

En la primera parte de este trabajo haré un bosquejo de esta emoción; en la segunda identificaré y analizaré los tres argumentos principales presentados contra su papel moral. Mi objetivo principal es crítico, pues trato de mostrar que las objeciones más destacadas al asco moralizado no son lo suficientemente persuasivas porque o bien tienden a basarse en casos en los que es evidente que el asco es indefendible, o bien parten de concepciones controvertidas sobre esa emoción y lo que representa. Por último, me centraré en algunas cuestiones planteadas por estudios recientes en psicología moral que tienden a vincular una cosmovisión conservadora de la moralidad con el asco.

I

  1. El asco. Ésta es una emoción compleja; presupone ideas sobre el carácter inferior, ofensivo y contaminante de un objeto o de una persona. Los psicólogos Paul Rozin y April Fallon definen lo que denominan "asco básico" [core disgust] como "repulsión ante la perspectiva de la incorporación oral de un objeto ofensivo" (Rozin y Fallon 1987, pp. 2341). Los autores toman como punto de partida el análisis evolucionista del asco que hizo Charles Darwin, quien afirmó que "el término asco, en su sentido más simple, significa algo ofensivo al gusto" (Darwin 1998, p. 257), y el análisis psicoanalítico de Andras Angyal que define el asco como "una reacción específica hacia desechos del cuerpo humano o animal" (Angyal 1941, p. 395).

    Desde una perspectiva evolucionista, el asco se centra en el rechazo de alimentos y en el sentido del gusto. En cuanto omnívoros, los seres humanos tienen flexibilidad con respecto a qué consumir; pero por ello corren también el riesgo de consumir elementos contaminantes. Frente a esto, el asco se presenta como un mecanismo de supervivencia; es una respuesta primitiva fuerte y automática de rechazo hacia aquello que puede dañar o infectar. En su forma original está relacionado con alimentos, por lo cual se lo puede concebir como una suerte de guardián de la boca contra elementos animales que son potencialmente contaminantes (Rozin, Haidt y McCauley 1999).

    Pese a que tiene precursores en animales no humanos que expresan disgusto frente a aquello que tiene mal sabor, el asco en los humanos va más allá del disgusto: posee un fuerte elemento cognoscitivo que no es provocado simplemente por ciertas características sensibles, sino que está relacionado de manera significativa con el "qué es" y "dónde ha estado", es decir, involucra creencias o evaluaciones en torno del objeto ofensivo (Rozin, Haidt y McCauley 1993). De acuerdo con Rozin y sus colegas, todas las instancias de asco señalan un significado común: la creencia en el carácter despreciable, contaminante y contagioso del objeto ofensivo. En ese sentido, es una emoción que involucra una especie de pensamiento jerarquizante.

    Según Rozin y sus colegas, el "asco elaborado" es una reacción de rechazo a eventos que "nos hacen recordar nuestra naturaleza animal" (Rozin 1997; Haidt, Rozin, McCauley e Imada 1997). Estos autores afirman que los seres humanos necesitan esconder su naturaleza animal bajo un velo de prácticas y rituales que los humaniza, lo cual explicaría por qué ciertos actos sexuales, la falta de higiene, la muerte y la mutilación corporal generalmente provocan asco (Rozin, Haidt y McCauley 1993, p. 584). En estos casos, el asco estaría cumpliendo la función de humanizarnos, asumiendo el papel de guardián del yo corporal, rechazando elementos que violan "el templo del cuerpo" y trazando una distinción entre lo animal y lo humano. (1)

    El llamado "asco moralizado" es el provocado por ofensas y transgresiones sociomorales. Existen dos teorías respecto de la naturaleza de este tipo de reacción. Para Rozin, Haidt y sus colegas, pese a que el asco comenzó como un mecanismo de defensa del cuerpo y originariamente lo provocaban contaminantes animales específicos, se ha transformado y puede ser ocasionado por elementos desvinculados de lo orgánico y animal; por ejemplo, por nociones abstractas como la violación de reglas morales. Mucha gente se reconoce asqueada por el racismo, por la tortura o por actos de violencia injustificada. Según estos autores, en tales casos el asco estaría asumiendo el papel de protector de la dignidad humana en el orden social; es un modo de rechazo de marcos valorativos considerados degradantes y diferentes del propio.

    El psicólogo Paul Bloom, en cambio, considera que el asco siempre es una respuesta instintiva a desencadenantes específicos. Para Bloom, el verdadero asco tiene que ver con lo sensual; es provocado por lo carnal, por actos corporales y por los seres que los ejecutan. Por ello --afirma--, cuando se utiliza el discurso del asco para discutir conductas humanas inmorales, se lo hace de manera puramente metafórica; en verdad estas conductas no son asquerosas en sí, porque carecen de las características físicas y carnales esenciales para serlo (Bloom 2004).

  2. El asco y la moralidad. Sea provocado por nociones abstractas acerca de la violación de derechos, sea producto de desencadenantes carnales específicos, el asco parece funcionar como un medio importante para internalizar prohibiciones morales. La mayoría de las sociedades humanas repudian algunos tipos de comportamiento que consideran potencialmente contaminantes, y el esquema del asco ha sido adaptado o aplicado metafóricamente a estas formas de rechazo. Como afirma William Ian Miller en su análisis: "seamos puritanos o no, expresamos muchos de nuestros juicios morales básicos utilizando el lenguaje del asco" (Miller 1997).

    Respecto de la justificabilidad del asco moralizado, se pueden distinguir tres líneas argumentales. La primera línea parte de la base de que el único fundamento apropiado para el juicio moral es el intelecto y que lo emocional no puede ni debe desempeñar papel alguno en el razonamiento moral. Según este planteamiento, por ser el asco una emoción, no es moralmente justificable.

    Esta perspectiva adquiere matices diferentes según la concepción aceptada sobre la naturaleza de las emociones en general. De acuerdo con la teoría fisiologista de fines del siglo xix, las emociones son meras sensaciones, experiencias de cambios fisiológicos sin complejidad o contenido conceptual (James 1884). Si esto fuera cierto, las emociones no serían susceptibles de la influencia de la razón, lo cual respaldaría la idea de que no pueden cumplir papel alguno en la moralidad.

    Sin embargo, esta versión de la postura fisiologista sobre la naturaleza de las emociones enfrenta problemas; entre ellos, cómo explicar la aparente inteligibilidad de lo emocional y cómo entender el papel que las emociones cumplen en la justificación de las acciones. En las últimas décadas se han propuesto análisis diferentes de la naturaleza de las emociones que intentan dar respuesta a algunas de estas cuestiones. Desde el cognoscitivismo, por ejemplo, se argumenta que lejos de ser meros sentimientos asociados a cambios fisiológicos, las emociones necesariamente involucran un juicio determinado (Solomon 1976, 1993; Nussbaum 2001). Perspectivas híbridas tienden a sostener que las emociones son sentimientos compuestos por una dimensión evaluativa (no necesariamente reducible a un juicio) y una dimensión afectiva (Greenspan 1988). (2) Aun quienes aceptan el fisiologismo reconocen que éste debe ser revisado, puesto que "las emociones no son simplemente percepciones del cuerpo sino también percepciones de nuestras relaciones con el mundo" (Prinz 2004, p. 20). En suma, aunque se trate de diversas posturas cognoscitivistas, de posturas híbridas o de posturas neofisiologistas, existe acuerdo en que las emociones desempeñan un papel mucho más importante en la moralidad que el que típicamente se les atribuye. (3)

    La segunda estrategia respecto de la justificabilidad moral del asco no basa su rechazo de esta emoción en un repudio general de las emociones, sino que se concentra en ciertas características específicas que harían del asco una emoción moralmente cuestionable. Este enfoque es el sugerido por Martha nussbaum en su valiosa discusión sobre el papel del asco en el discurso público (Nussbaum 1999, 2001, 2004). (4) Pese a que la preocupación fundamental de nussbaum es evaluar el papel del asco en la ley, su discusión necesariamente toca el papel que cumple el asco moralizado.

    Nussbaum defiende una postura cognoscitivista de las emociones. Argumenta que no se deben rechazar las emociones como clase, puesto que constituyen modos de reflexión importantes; pero debemos evaluar las cogniciones que cada una involucra para analizar su confiabilidad, su formación y sus manifestaciones, y sobre la base de estas consideraciones, determinar qué papel deben desempeñar en el discurso público...

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