Con el arte a la deriva

AutorSergio R. Blanco

La memoria de Frederic Amat (Barcelona, 1952) todavía se recrea con el recuerdo más antiguo que conserva de su primer viaje a México: luz, mucha luz. En 1977, era muy joven, pero ya intuía que las casualidades se convierten, de manera misteriosa, en materia prima del arte. Y había llegado a una tierra donde los azares pueden transformarse en revelaciones.

Aquella primera mañana en la Ciudad de México recuerda que paseaba cegado en medio de la atmósfera invernal, con los ojos entreabiertos por el sueño que provocó la diferencia horaria con España. Se detuvo en la librería Cristal de la calle Niza y, sobre una mesa transparente, vio un pequeño libro: un estudio sobre la obra teatral El público, de Federico García Lorca, que entonces no había sido montada. Lo compró y, sin saberlo, acababa de dar rumbo a una de las derivas que constituyen, según su propio concepto, la esencia de la creación.

"Creo en la deriva del artista y en el artista a la deriva. Es la mejor manera de encontrar un territorio", dice.

Mientras caminaba, texto en mano, por la Zona Rosa -entonces todavía una de las zonas más elegantes de la ciudad- no sospechaba que un mes más tarde se compraría un Volkswagen, que se quedaría dos años pintando en Oaxaca y que pronto conocería a Octavio Paz, a Rufino Tamayo y a toda la élite cultural mexicana. No sabía, pero quizá intuía que en 1986 sería el primero en montar El público, 56 años después de haber sido escrita por Lorca; que en 2008 haría en Barcelona un montaje del poema Blanco, de Paz; que hace ocho años se enamoraría de una mujer mexicana y hace seis tendría un hijo mexicano nacido en Cataluña, Fabián.

"Todo es como un tejido, pero es fantástico. Un tejido de ecos y resonancias. Nunca en mi vida he tenido una actitud de estratega; es más, el artista estratega es algo que vomito, que me repele. La vida es como un cesto de cerezas: toma una, y te lleva a otra, y a otra, y a otra", expresa.

Los círculos en la vida

Frederic Amat pinta, crea escenografías, instala esculturas, hace cine, dirige teatro de España a Japón, de México a la India. Todos son distintos soportes, pero cosidos, dice, por un mismo hilo, nacidos a partir del sentimiento de inquietud -no de goce- que experimenta durante su proceso de creación. Amat ata cabos continuamente, y a veces se encuentra con coincidencias que cierran círculos misteriosos. Lo que importa no son las respuestas, afirma, sino las preguntas que suscitan las cosas.

A 34 años de su primer viaje...

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